«Para muchos un objeto antiguo no tiene significado, pero para nosotros sí. Es algo inexplicable, pero al mismo tiempo apasionante», señaló el coleccionista de Saladillo. Por Javier Montebello.
Fue en la adolescencia cuando Osvaldo “Pocho” Debiasi comenzó a alimentar esa curiosa y linda manía de coleccionar piezas antiguas, tras descubrir que tenía muchos juguetes de la infancia guardados en casa. Por el uso que tenían, eran objetos «jugados», aunque estaban en muy buenas condiciones. Es que en el mundo del coleccionismo, se le da más valor a un autito en ese estado que a otro sin usar. Entre otros, había varios Fórmula 1 de época y algunos de la marca Duravit.
Cuando se casó, se los llevó consigo y siguió custodiándolos celosamente hasta que nació «Ovi». Cada vez que su hijo terminaba de jugar, él los guardaba.
Con el tiempo, estas piezas de más de 55 años, en su gran mayoría de chapa, están conservadas en vitrinas y de cuando en cuando Osvaldo se los presta a sus nietos.
«Soy un apasionado. Cuando voy de vacaciones, lo primero que hago es parar en una juguetería y ver qué puedo conseguir. Es algo inexplicable», indicó Pocho, que ya tiene alrededor de 400 autitos recopilados. Muchos los compró de grande y otros se los regalaron, como los que le obsequió el ex intendente Carlos Gorosito.
En buenas manos
Sin embargo, su pasión por el coleccionismo no se resume a los autitos solamente. Hay también otros objetos dentro de ese anticuario hogareño que bien podríamos catalogar, a esta altura, de museo.
De pronto, Osvaldo observó que tenía más de 20 llaveros y otra tanta cantidad de candados, algunos antiquísimos, que los fue recolectando de amigos y conocidos.
«Hay gente que me ha regalado juguetes y herramientas, que son muy valiosos desde lo afectivo», contó. Es el caso de Martín Lequerica, por ejemplo, que le facilitó una colección de autos de muy buena calidad que pertenecieron a su padre.
El hecho de desprenderse de estos elementos tiene que ver muchas veces con el hecho de dejarlos en «buenas mano», sabiendo que van a ser conservados como están.
Entre los juguetes, el más antiguo que posee es uno de la Fundación Eva Perón y también está el viejo tablero de básquet de madera del Colegio Nacional, cuando funcionaba sobre la avenida Belgrano. Antes de que el primitivo edificio se desmantelara, Osvaldo habló con el rector de entonces, Julio Morena, y lo consiguió. Lo fue a buscar con unos amigos y lo cargaron en el Fiat 600 de su padre. Era tan pesado que el «fitito» casi tocaba el piso. Estuvo un tiempo en la casa de su madre hasta que un buen día lo rescató, lo cepilló y lo amuró en su mini museo para colgar las herramientas del taller. «Es algo que aprecio mucho», confesó.
Además, conserva herramientas y objetos antiguos, que es muy difícil de desprenderse sobre todo por lo afectivo, que les obsequiaron Mario Chicaré, Matías Deamelio, Hugo Estevez y Mario Angelani, entre otros, como así también Jorge “Abuelo” García, con quien restauró un viejo triciclo que compró todo destruido en 25 de Mayo: «además de agradecerle a todos mis amigos, inclusive a aquellos que solo se interesan por conocerlo, el agradecimiento especial es para Mónica, quien no solo me banca en todo si no que realizamos actividades juntos en cuanto a las antigüedades y carreras de regularidad»
Detrás del autito Matarazzo
Gracias a la magia de la tecnología y a los avances de la comunicación, hoy es más fácil que antes conseguir objetos antiguos. Normalmente, los coleccionistas forman parte de grupos de Facebook o WhatsApp y se interiorizan sobre estos temas, además de contactarse para participar de subastas o encuentros donde se ponen en venta repuestos y elementos que necesitan o desean tener.
En su caso, el próximo gran objetivo es conseguir un autito de carrera Matarazzo, de la conocida marca de fideos, que cuando llegó al país se dedicó a fabricar autitos de chapa de Fórmula 1. Con el tiempo, dejó de hacerlo y se dedicó a las pastas. «Hay en el mercado, pero muchos son inalcanzables, sobre todo por el precio», explicó.
Cuidar todas estas piezas del paso del tiempo, de la corrosión y de otros factores, es también parte de la tarea del coleccionista. «El mantenimiento es también parte del hobby. No es un tema sencillo, pero hay que hacerlo. El polvillo es bravo. Hay que ser muy cuidadoso», señaló.
Locura por las motos
En los ’80, se produjo un verdadero furor con las motos en Saladillo. «Todos mis amigos tenían una, menos yo. Era por una cuestión más que nada económica», contó el protagonista de esta historia.
Ya casado, Pocho concurrió a un remate que organizó Lacunza y junto a un amigo (Cesar Dolce) observaron la presencia de una moto vieja a la que le faltaba de todo, pero igual la compraron. De a poco, la fue restaurando y descubrió que era una «Cardelino», de la marca italiana Guzzi, modelo 1962.
Para conseguir los repuestos faltantes y dejarla igual a la original, tuvieron que comprar dos motos más. Lo bueno es que las tres estaban radicadas en Saladillo.
De todos modos, dentro de la colección, la Guzzi no es la más vieja. Hay una Puma, industria nacional por excelencia que compró en San Juan y está impecable, y una Gilera del ’54. Entre las reliquias, también hay una Siambretta verde espectacular. Una vez la puso en venta y apareció un interesado, pero no llegaron a acordar el precio. «Es difícil poner un valor. Por lo general nunca recuperás todo lo que invertís. El que sabe y conoce, paga lo que realmente vale», dijo.
Junto a otros amigos, Osvaldo organizó el año pasado el Primer Rally de Motos Clásicas en Saladillo. Fue después de una travesía turística que realizaron a Cazón y Álvarez de Toledo. Con ayuda de Gustavo Del Rieu, la prueba de regularidad resultó exitosa en el Saladillo Automóvil Club. Más adelante, a fines de enero de 2020, hicieron la Vuelta de los Museos que terminó en Casa Susana Soba, donde los atendieron excelente.
El 25 de octubre venidero, siempre que la pandemia lo permita, se llevará a cabo el Segundo Rally de Motos en la localidad de Álvarez de Toledo. «Está todo preparado para bajar la bandera a cuadros», comentó Pocho, que forma parte de un grupo de WhatsApp integrado por 35 amantes de las motos clásicas y tienen el protocolo aprobado por la Municipalidad.
“Es más fuerte que uno”
Como a todo coleccionista, le gustaría tener muchas más cosas en su pequeño museo casero, pero el espacio y el «bolsillo» siempre son las mayores limitaciones.
Lo maravilloso de todo esto es que detrás de cada pieza antigua, hay una historia. «El mayor porcentaje que uno pone en todo esto es la pasión. Es lo que más me moviliza. Vengo después del trabajo y me instalo. Me tienen que chiflar desde casa para cenar. Cada tanto nos juntamos con los amigos, con la peña del colegio y la de los periodistas. Me gusta mostrar esto y me encantaría que mis hijos lo continuaran”, aseguró.
«Para mucha gente un objeto antiguo no tiene significado, pero para nosotros sí. Es algo inexplicable. Siempre me pongo a pensar en eso. Podría vender las motos viejas que tengo y comprarme una cero kilómetro, donde tocas un botón, la arrancas y salís. Muy distinto a lo que sucede con las motos viejas, en las que capaz que estás tres horas para ponerlas en marcha. Pero, bueno, sobre gusto no hay nada escrito. Es más, aparece otra moto vieja y la compras. Es más fuerte que uno. La del coleccionista es una raza especial, inentendible, pero al mismo tiempo apasionante.»
Agradecimiento: a Javier Montebello y al Diario La Mañana por la nota.