Las cosas más increíbles que ha hecho la gente para dejar de fumar

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He fumado toda mi vida adulta y sé lo jodido que es despertar y pensar en un cigarro. También he intentado dejarlo más de 20 veces sin tener éxito y sé muy bien por qué: para dejar de fumar, realmente hay que querer dejar de fumar.

Si tus intenciones son verdaderas y no le tienes miedo al trabajo arduo y a las pérdidas emocionales que te pueda generar la ausencia de un cigarro, estás apuntando tus disparos correctamente. Es en este momento cuando surgen miles de opciones alternativas para ayudarte a iniciar un camino de vida en el que no hay colillas tiradas son pequeños trozos de tu pulmón

Con el interés de ver si la existencia de un programa, microchip, droga, junta o chicle que puede quitarme o aliviarme de mi adicción al tabaco hablé con casos de éxito –otros no tanto– de diversas maneras que uno se puede alejar del cigarro.

Fotografía cortesía de Raúl
Palillos de sabor
Raúl, 24 años, lleva un mes sin fumar
Sé que no llevo mucho tiempo, pero no creo recaer. Siento que es un vicio de mi pasado. Empecé a fumar cuando tenía unos 17 años y un año después ya era adicto. En mis épocas de mayor adicción me llegué a fumar 15 cigarros al día.
Creo que lo que más me ayudó, definitivamente, es dejar de fumarme los que se me hacían más llamativos: el clásico cigarro después de comer o antes de dormir. La cuestión es que igual me daba ansiedad y así descubrí los palillos de dientes de sabor. No es que te quiten por completo las ganas de fumar ni mucho menos, pero me mantienen entretenido y me hace pensar menos en echarme un cigarro.

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Operación de riñón
Verónica, 62 años, lleva cuatro años sin fumar
Pasé cerca de 45 años sin despegarme del cigarro. Comencé a los 14 y un año después ya era una adicta hecha y derecha. Si bien recuerdo, en mis momentos de mayor adicción llegué a fumarme hasta dos cajetillas y media en un día (50 cigarros). Te cuento que lo intenté todo, pero nada funcionaba porque no había tocado fondo. Cuando lo toqué la cosa ya era grave.

Intenté ir a grupos de Adictos Anónimos, hasta llegué a durar 48 horas sin un cigarro, pero poco después recaí. No recuerdo bien cuántos años tenía en el momento que me detectaron un edema pulmonar. No podía hablar por la tos, me paralizaba lo poco que funcionaban mis pulmones y, de todos modos, yo seguía fumando. Estaba empeñada en serle fiel a la adicción.

Hace cuatro años tuve una operación de uno de los riñones y eso fue el golpe definitivo a mi tabaquismo. Durante la recuperación, obviamente no podía fumar y mis niveles sanguíneos eran una basura; pasé cinco días de mandato sin fumar y estaba enojadísima porque no me había ido a tratar el edema, sino el riñón. Literalmente le llegué a reclamar eso a los doctores. La cuestión fue que con el edema, la tos era incontrolable y el maldito dolor que me causaba cada vez que lo hacía era una maldita pesadilla. Me daba pavor cada vez que me empezaba a rascar la garganta.

El día que salí, me di cuenta de que ya llevaba cinco días sin fumar. Realmente no fue dejar el cigarro como tal lo que me detuvo, sino que si me volvía a dar tos por el humo y me volvían a internar sabía que iba a perder la cabeza. Cinco días se convirtieron en 15 y después en cuatro años. El trabajo arduo llegó cuando decidí aliarme con mi salud en vez de trabajar en contra de ella.

Fotografía cortesía de Raúl
Grupos de Adictos anónimos
Sofía, 38 años, lleva cuatro años sin fumar
Mi relación con el tabaco comenzó tarde: a los 19 años. Detestaba el cigarro, pero al ver cómo mis amigos lo disfrutaban caí en el vicio. Siempre supe que quería dejarlo y lo intenté muchísimas veces, pero los 11 años que tuve el hábito nada pareció funcionar hasta que me tomé con seriedad el plan de los 12 pasos. Durante esos 11 años sólo me detuve cuando me embaracé hasta dejar de darle leche a mi hija para regresar de lleno.

El día que dejé de fumar tenía ocho flips en mi casa —eso equivale a 1600 cigarros— para que no me diera pánico de quedarme en ningún momento sin ellos. Había días que llegaba a tener hasta unos tres flips en el coche «para estar segura», simplemente era parte de mi súper diario, comprar calabaza, papel de baño, jugo y un flip de cigarros.

Un día mi pareja me ofreció un cigarro en la cama y, de improvisto, hice algo que nunca había hecho en toda mi vida como fumadora: me negué. Fue justo ahí cuando me di cuenta de que si bien tenía voluntad, no podía por mí sola. Al día siguiente busqué ayuda. Fui a un grupo de autoayuda llamado Nicotina en un centro de rehabilitación de la ciudad, escuché el programa de los 12 pasos y decidí ayudarme. Me entregué a reconocer a que no podía controlar esta adicción y que ella me estaba controlando a mí, que ella era un síntoma de mi enfermedad. Fumaba porque estoy enferma, no viceversa.

El programa me dio las herramientas para terminar con el autosabotaje y autodestrucción que estaban determinando mis acciones. 12 pasos para sanarme a mí, como persona, no sólo de salud, sino de todo.
El simple hecho de reconocer un poder, un algo, lo que sea, más grande que yo, me hizo ver que no estoy sola para luchar con mi adicción.

Mi vida cambió por completo, dejé de tomar y de dañar a mi hija con el humo de segunda mano, dejé de dañarme a mí. Se puede ver como un vicio diferente al alcohol (que también terminé por dejarlo pues hacía que se me antojara el cigarro), pero la realidad es que todas las adicciones, de fondo, tratan con una persona con muchísimo dolor acumulado que no saben cómo tratar. En mi caso, los 12 pasos funcionaron.

Empresa privada para dejar de fumar
Javier, 56 años, llevaba cuatro años sin fumar pero lo retomó actualmente

Empecé a fumar alrededor de los 18 y duré 10 años consecutivos. Siempre era social, no fumaba mucho en realidad. Ahí por el año 2000 también lo dejé pero nunca dejaba de recaer. Cuando decidí meterme al tratamiento de esta empresa me había percatado de que ya no lo podía controlarlo, ya fumaba alrededor de una cajetilla, una y media al día.

Es curioso este centro de recuperación, no es lo mismo que AA. Para entrar pagas un dinero y vas 5 horas un sábado. Entras a una primera sala e inmediatamente puedes ver un tambo de cristal lleno de cajetillas de todas las marcas y, claro, que todos están fumando empedernidamente. Ahí platicas, tomas café y lo que sea hasta que te pasan a la siguiente sala. Ya en la segunda comienzan por decirte los – ya conocidos – males del tabaco y la nicotina por una hora. Regresas a la primera y sigues fumando, todo sin problema.

Pasa un rato y te llevan a otra sala. Comienzan los testimonios de gente que dejó de fumar o cómo el cigarro puede llevar a esclavizarte por completo. A decir verdad, lo único que me afirmó eso fue que no estaba tan mal como creía, escuché de gente que se fumaba 5 cajetillas al día. Eso sí asusta un poco. Terminando esta tercera charla, también con datos sobre la adicción a la nicotina y que más que adicción a una sustancia es a la rutina, entras a un cuarto con reposets.

En la empresa dicen que no te van a hipnotizar, pero yo no sé, esto se sintió mucho como hipnotismo. Se inclinan los reposets y hacen una charla mientras le piden a todos que cierren los ojos y ponen música «mística». Es un monólogo muy extraño, pero de verdad sí sales algo cambiado. Cuando termina todos tiran sus cajetillas en el tambo que te mencioné. Saliendo de ahí no volví a fumar en un buen rato, convencido con el argumento de la costumbre y lo que sucedió durante la charla silenciosa.

La verdad es que la recaída surgió por una cuestión personal, mi madre se enfermó y pues con la ansiedad y todas las cuestiones que revuelven alrededor de ello lo retomé por un año. Luego lo volví a dejar y finalmente ahora sí fumo pero realmente poco y de manera más controlada.