ABRIENDO CAMINOS
Por Lis Solé
Imposible ver un camino sin pensar en seguirlo, andarlo, ver otras realidades con la ilusión de que serán mejores. En estos tiempos de desesperanza, abrir caminos es casi una utopía. En siglos pasados, lo imposible de la utopía casi parecía estar al alcance de las manos porque existía el pensamiento de progreso y desarrollo que imperaba en nuestro país.
Los tiempos no son los mismos, la gente ha cambiado pero principalmente, la forma de trabajar ya no es igual.
«La gente de antes» no sólo anhelaba cumplir con el trabajo sino que sobre todas las cosas, debía hacerlo bien, durar para siempre independiente de la paga y remuneración, en un hacer casi imposible de entender con los parámetros actuales.
Tan simple y tan distinto, la decisión y construcción de los caminos imaginarios y reales ha sido el objetivo de hombres y gobiernos.
LOS CAMINOS REALES
En la provincia de Buenos Aires, la construcción de los caminos se aceleró con la delimitación de las tierras y los alambrados que no permitieron que carretas, indios o tropas fueran por donde consideraban era el mejor camino, más corto y sin riesgos, atravesando el campo a placer.
No pocos conflictos aparecieron con esos alambrados y tranqueras que cortaban el paso y que originaron la necesidad de legislar el tema.
Poco a poco, las huellas y rastrilladas se transformaron en los llamados “caminos reales”, calles más anchas que las comunes y construidas por el gobierno, a orilla de las cuales se fueron asentando boliches y pulperías, lugar de postas de mensajerías que muchas veces devinieron en pueblos y ciudades.
Las huellas de animales y chatas se ensancharon y altearon a puro arado mancera y pala de buey, con rastras y máquinas niveladoras tiradas por bueyes, caballos o tractores hasta llegar finalmente a las novedosas máquinas autopropulsadas de mediados del siglo XX.
ESAS PALAS DE BUEY
En casi todas las chacras -y hasta hace poco tiempo-, se veían apoyadas en algún árbol esas antiguas palas de buey de una rusticidad que impresiona.
Esa pequeñas palas de metro y medio de ancho, eran tiradas por caballos dirigidos por un hombre que caminaba atrás agarrado a dos manillares de madera.
Tan simple como llevar una carretilla pero tan difícil de creer que con ellas se hayan construido las actuales rutas y caminos. Los brazos rudos de los abuelos gringos debían levantar la pala para ir más profundo en la tierra con los animales en movimiento, cargando y descargando una y otra vez.
La pala o balde era metálica, una especie de cucharón con filo recto con dos planchuelas posteriores que hacían de patín para que al transportarla vacía, el filo no se clavara. Generalmente, la manejaba un solo hombre hábil y ducho, casi un fenómeno de tres brazos, uno para las riendas de los animales y dos para las manijas. Si se tenía suerte, la tarea se hacía entre dos: uno manejando las riendas y el avance y el otro, las manceras para clavar, cargar y descargar la tierra.
Y lo más increíble, los hombres iban caminando siempre atrás de los animales, entre adobones de tierra y paja.
HISTORIAS DE CAMINEROS
Casi nadie habla de los camineros, quizás porque no eran muchos y vivían casi en solitario, a veces con la familia, destinada a una vida a orillas de los caminos.
Las poderosas máquinas actuales nada hacen recordar a esas rústicas “Champion” tiradas por bueyes o caballos.
Como bien recordaba el Sr. Bajo, “los camineros andábamos siempre en la calle, generalmente en alguna casilla a orillas del camino”.
Ellos sabían cuáles eran los que dependían de la Municipalidad y cuáles eran provinciales o nacionales.
Las primeras máquinas niveladoras se tiraban con bueyes, después caballos y tractores y en general, eran de la marca “Champion”, nombre con que se la conocía y todavía se escucha decir a la gente rural cansada de pozos y pianitos: “¡¡Por acá, hace bastante que no pasa la champia!”.
Casi invisibles -pero tan esperados’, los nombres de los camineros no son recordados. Emilio Costa era caminero de Vialidad Nacional y estaba a cargo del mantenimiento desde “Santa Paula” de Ibarra hasta Bolívar, unos 70 kilómetros y después seguían para el lado de “Huetel”; por esa zona estaba Ramón Páez que cubría los caminos rurales en las cercanías de Vallimanca y Huetel en una máquina tirada por los caballos blancos tal como se aprecia en una foto que conserva su hija Alicia Páez de Cosentino; el caminero Moyano tiraba una Champion con caballos y también se acuerdan de Eduardo Salinardi, padre de Oscar, en la zona de “Santa Isabel”; y más contemporáneo, el recordado Perico Bajo, con su Champion autopropulsada en épocas de don Osvaldo Monti…
Tan simple y tan complicado; tiempos de antes y de ahora; máquinas tiradas por animales, tractores o autopropulsadas. Muchos caminos para recorrer sin los incontables pozos comunes de los caminos de tierra que aflojan hasta los dientes; caminos de la mano de camineros, “peritos, peones y capataces” que nos interpelan a través de las imágenes y los recuerdos de la gente rural que espera con ansia su llegada para facilitar transitar la lejanía.
Agradecimiento: Hernán Federighi.
Fotos: Alicia Páez de Cosentino y Casa de la Cultura de General Alvear.