Por Alejandro Mariotto (abogado, docente y escritor)
Cuando el arroyo Saladillo era conocido como el “Saladillo chico” y el río Salado como el “Saladillo grande”, a orillas del “Saladillo Chico”, donde hoy está la laguna del “Indio Muerto”, había armado su choza una pareja de aborígenes que escaparon de su tribu en busca de libertad.
La bella Eluney (“Regalo del Cielo”) había sido elegida, por el jefe de la tribu, como la futura esposa de su hijo mayor. Pero Eluney estaba enamorada del valiente Mainque (“Cóndor”), con quien soñaba tener hijos y vivir en libertad. Fue por ello que una noche sin luna huyeron de la toldería y enfilaron hacia el sur llegando a la orilla del “Saladillo Chico”, donde se instalaron sintiéndose seguros de no ser hallados por los guerreros de la tribu, quienes seguramente estarían buscándolos.
Mainque fabricó una canoa y en ella salía a pescar. A veces también solía realizar excursiones de caza. Él se ocupaba de conseguir los alimentos que Eluney cocinaba con mucha dedicación.
Pasaron varios meses y, confiados de que no los seguían buscando, decidieron planificar la llegada de su primogénito, a quien iban a llamar Wamán (“Halcón”) en caso de nacer varón, o Yatzil (“Amada”), en caso de nacer mujer.
Cuando Eluney transitaba su séptimo mes de embarazo llegó el invierno, que se presentó muy frio y ventoso. Mainque, preocupado por el alimento para su mujer y su hijito por nacer, decidió embarcarse aguas arriba para conseguir buena pesca. Eluney le pidió que no lo hiciera, ella tenía miedo. Lo obtenido por la caza había disminuido hasta casi desaparecer, era necesario conseguir pescado. Eluney le suplicó que esperara a que pasaran los días de viento y tormenta, pero Mainque ya había tomado la decisión y se embarcó en busca de comida.
Eluney lo abrazo muy fuerte y le pidió que regresara pronto. Esa mañana ella vio partir la canoa presintiendo que era la última vez que vería a su amor. La tormenta se avecinaba. Esa noche Eluney no pudo dormir, los truenos y los rayos invadieron el firmamento. Pasaron varios días sin novedades de Mainque, hasta que aparecieron restos de la canoa, el presentimiento se había convertido en una horrible realidad. Eluney miró al cielo muy enojada y, arrodillada en el suelo barroso, comenzó a llorar desconsoladamente. Lloró sin parar durante nueve días con sus noches. El cielo se sumó al llanto y la lluvia se sumó a sus lágrimas durante nueve días más. La tierra que rodeaba al “Saladillo Chico” empezó a hundirse, junto a ella se hundió y desapareció para siempre la bella Eluney y el hijo que llevaba en su vientre. En donde estaba la choza de la feliz pareja, lugar en el cual soñaron vivir en libertad junto a sus hijos, hoy está la laguna del “Indio Muerto”. Muchos pescadores aseguraron haber visto, en las noches de tormenta, la silueta de una pareja de aborígenes con su hijo en brazos emergiendo desde el fondo de la laguna.