Creó un método detox de 21 días para purificar el cuerpo y el espíritu

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En la redacción de OHLALÁ!, tres de nosotras lo hicimos en diferentes momentos y nos acompañamos en el desafío de cambiar nuestros hábitos, compartimos los secretos que solo te da la experiencia y nos pasamos los yuyos de artemisa sobrantes (que se convertían en un brebaje realmente horrible, pero sanador), en una posta amorosa de unas a otras. Fue el monotema durante meses, todos los almuerzos era: «¿Y hoy qué te toca comer?», y nos dábamos fuerzas cuando llegaban tortas a la redacción.

 Desde entonces, Nat es una amiga de la casa (¡aunque ella no lo supiera!), y quizá la frustración de que la entrevista fuera vía wifi tenía que ver con que no podía darle un abrazo. Pero, como si nos conociéramos desde siempre, empieza contándome que está nerviosa porque se muda a Traslasierra, un sueño que tiene desde hace tiempo, cuando decidió estar más cerca de la naturaleza; su idea original era mudarse cerca del mar, pero la vida tenía otros planes: «Surgió esto en la montaña, fuimos y todo cerraba tan perfecto que dijimos: ‘Sí, lo que fluye corresponde’. Es muy coherente con lo que venimos pulsando, viviendo.

 Cuanto más coherente pueda estar yo, mejor voy a poder ayudar al otro a lograr esa coherencia, porque es también por vibración. La mudanza a Córdoba fue un cambio que hicimos primero internamente y después se manifestó en el afuera. Así que vamos a ver qué devela, porque te digo que nos vamos con mucha fe y con mucha incertidumbre. Así que no te queda otra que soltar el control, si no, enloquecés».

Salir del confort. Ese es mi miedo. Acá nosotros ya comemos orgánico, pero allá vamos a cultivar con un proceso autogestivo. Será todo más austero. Eso me genera vértigo, pero feliz de hacerlo porque lo va marcando la vida. El camino empieza a aparecer. Por eso medito, me ancla en el presente y ahí hay una fuerza que va resolviendo todo sola. Es una inteligencia mayor que ayuda a acomodar las piezas. Cuando más locos estamos, sentarse en posición de indio y respirar es lo más coherente. Después salís de ahí y ya tenés otra claridad.

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¿Hace cuánto que meditás?

Desde hace un año hago Vipassana, pero probé muchas técnicas, el detox, medicinas en Perú, en Colombia, que son más fuertes, ceremonias con plantas sagradas… Todas son iguales, te llevan a ese lugar donde no tenés escapatoria, tenés que mirarte y empezás a liberar. El otro día pensaba: «La medicina es el presente, estar presente», y toda técnica que te lleve a estar presente te sana, te cura, te libera, y es muy necesario liberar. Tengo un perro muy gracioso, Whitaker, que cuando lo retás mira para otro lado, como diciendo: «Si no te miro, dejás de existir», y nosotros hacemos lo mismo. Cuando rescindís un contrato de un laburo y las cosas quedan mal, decís: «Bueno, no los veo más»; o en una separación decís: «Corto acá y no lo veo más». Tus ojos no lo ven, pero internamente tus células compartieron tanta energía… ¿Cuánto tiempo estás con la gente de tu laburo? ¿Y la gente que te sigue pensando? Entonces, cuando una medita, hace detox, va entendiendo el mundo energético, y ahí contás con la naturaleza: la tierra, el sol, el aire…, que empiezan a acompañarte, son nuestros cables a tierra.

¿Cómo te llegó el llamado del detox?

Empezó cuando me di cuenta de que en el reino vegetal está la ayuda, de entender el alimento como medicina. En India dicen que el occidental es aquel que muere al lado de la planta que puede curarlo. Así fue que, investigando, me encontré con que la medicina más antigua es el ayuno y, como kamikaze, me mandé 21 días de ayuno, solo de agua.

¿Acompañada por alguien?, ¿contenida?

Acompañada por una maestra y colega que ya lo había hecho en la Unión Naturista Argentina en Córdoba. Lo hice en enero en mi casa, no retirada: llevando a mi hijo a la colonia, cocinando para mi familia cuando podía, trabajando en el consultorio. Ahí experimenté todo lo que cuento. Para tener energía, me alimentaba del sol, con la técnica del sungazing, tocaba cuencos de cristal de cuarzo, meditaba y hacía técnicas de respiración, así pude sentir el oxígeno como nutriente. El ayuno me abrió puertas internas y me empoderó. Pude reconocer que, en realidad, lo que sostiene la vida es un hilo muy sutil. Y todo lo que una dice «necesito, necesito, necesito», en realidad, nada de eso existe: solamente necesitamos estar presentes y respirar. Y cuando volví a comer, miré la comida y le dije: «Te amo con toda mi alma, no te quiero dejar nunca, vamos a hacer de esto algo que sea trascendente para todos». Ahí empecé.

¿Tu familia te apoyó?

Totalmente. Sin esa contención no lo hubiese podido hacer. Fue muy importante que, pese a todos sus miedos, confiaron en mí. Fue eso que ellos me dieron a mí lo que yo hoy puedo darle a la gente, ese apoyo, ese «vamos que vos podés, vamos que esto se trasciende, vamos que ya sé que querés mandar todo al diablo…». Por eso puedo acompañar, porque me pasó desde un lugar extremo. De ese espacio vino el detox.

A veces, como facilitadora, ¿dudás del proceso?

Por supuesto. Es como la noche oscura del alma, donde viene la duda de todo, y lo tenemos como derecho humano. Vos ponés en juicio absolutamente todo. Es entonces cuando viene la fuerza interna que te acompaña, porque vos estás a oscuras totalmente. Es cuando se empieza a romper la ilusión, porque todo el resto es ilusión. Pero es tan real, la mente no distingue entre lo que es ilusión y realidad. Y lo vamos atravesando anclados en esa madre que es la Madre Tierra y su alimento. Durante el detox no consumimos nada de origen industrial, entonces ¿de dónde viene esa manzana orgánica?, ¿quién la creó? La creó lo más sagrado. Viene del árbol y vos la consumís, y tiene un agua totalmente biológica con toda la información del árbol adentro, no estuvo afuera en contacto con ruido, con sonido. Por eso las frutas tienen un agua muy biológica, muy pura. Y el agua, si leen el tratado de Masaru Emoto -que hizo esta experimentación con los cristales de agua-, es un holograma que graba todo lo que toca y todo lo que la interpela: desde una oración hasta una puteada, el agua te lo pasa.

Es también el agua que después reside dentro de nosotras.

Así es. En el detox esa agua biológica entra y empieza a darle información al cuerpo. Por ahí estamos repitiéndonos: «Esto no me gusta, que el trabajo tal cosa, que los hijos, que la vida…». Bueno, vos salí de esa novela y hacete un jugo de zanahoria y manzana y vas a ver. La gente me dice: «Nat, es increíble cómo vivimos toda esta experiencia haciendo una ensalada de lechuga, tomate y rabanito, ¿qué pasa ahí?». Pasa eso, la simpleza más grande de estar en contacto con algo real: el alimento de la tierra. Eso para mí es lo mágico.

En pleno proceso, reconocí cómo el ego se revoluciona. La gente me preguntaba: «¡¿No tenés hambre?!», y yo decía: «No, no tengo hambre, el tema es que quiero elegir yo qué comer». Eso era lo que me volvía loca, ese crash mental de no sentirme libre.

Así es. Me pasa a mí, ¡y los planes detox los hago yo! Hay procesos en los que hacés los 21 días y sale bárbaro y hay otros, como el último que hice hace unos meses cuando casi no lo logro… ¡Dios mío, cómo me costó! Me salió la caprichosa, la rebelde. Y me sirvió anclarme en la empatía, porque hasta ahora no me había costado un proceso así -es algo que se me da fácil, en general-, pero esta vez no fue fácil y estuvo buenísimo transitarlo, porque me empatizó con las personas a las que les cuesta.

¿Por qué una haría un detox en su vida?

Porque le llegó el momento de soltar las cargas. Hasta las mochilas que nos cargamos tienen un sentido, por algo están hasta un punto en donde las tenemos que soltar. Pero soltar eso a lo que nos acostumbramos, aunque sea doloroso, cuesta. Un detox nos ayuda a eso, a liberar las memorias de dolor, a soltar las toxinas, y dentro del proceso repetimos esta afirmación de que somos plenas y felices. A veces soñamos con un proyecto autogestivo, pero tenemos un trabajo que nos da un sueldito todos los meses, por ejemplo, significa atravesar la incertidumbre. Gracias a Dios he acompañado a mucha gente a dar ese cambio, a dar ese salto, a confiar.

Vos decís que cuando una va terminando el detox se espejan tus finales, ¿qué quiere decir eso?

Los finales, en general, son parte de la trascendencia, del crecimiento evolutivo. Hay una frase que dice «lo que resiste, persiste» y todo aquello que no se concluye se vuelve a repetir. Por ejemplo, vos podés cortar con una relación, pero si no sanás esa relación conflictiva, va a venir la escoba nueva, que barre bien, pero después se va a repetir lo mismo una y otra vez. Hasta que una hace la tarea interna de sanar esa imagen que está espejada afuera. Si hay cosas irresueltas de nuestra infancia, eso se traslada a la adolescencia y después a la vida adulta. Entonces, ¿dónde está el punto a resolver? En la infancia. Esos son los ciclos, por eso cuesta tanto soltar. Pero lograr llegar al día 21 es más mental que físico, porque es un logro. Ahí tenemos que ver cómo vivimos los logros. Ya en el día 16, 17, se empiezan a preguntar: «¿Y el después?, ¿cómo sigo?, porque yo ahora estoy bien…». Se vienen todos los miedos que acarrea un final. Esto es muy personal, pero siento que todo final también abraza la angustia, porque lo relacionamos con la muerte.

Y es un duelo también, porque una deja, de alguna manera, de ocuparse muy conscientemente de sí misma. Dedicaba mucho tiempo en el día a cocinarme y cuando terminé el detox, sentí un vacío.

El detox es habitarnos. Eso también tal vez genera angustia. Ir, hacernos el desayuno, el almuerzo, la merienda, la cena, es un habitarnos como madres también. La maternidad no tiene solo que ver con las que tuvimos hijos. La maternidad es inherente a lo femenino. El útero es creador de luz y de vida, eso lo transmite el pueblo q’ero en el décimotercer mito, que dice: «Mi útero no es un lugar para guardar miedo y dolor, mi útero es un lugar para crear y dar luz a la vida». Entonces, toda mujer que da luz a la vida está viviendo su maternidad, como la Pachamama, como la Madre Tierra. Ese es un concepto hermoso que nos libera a las mujeres.

¿Qué mensajes les das a las que abandonan, que no llegan a los 21 días, que resisten el proceso?

Es un ejercicio enorme, lo sé porque lo transité. No sabés los enojos que me agarré con mi compañero cuando yo lo hice por primera vez, cómo le espejé a él un montón de frustraciones que no tenían nada que ver con él, de mi relación anterior… Para eso es la red. A los grupos, a las que están, yo les digo siempre que suelten el 21. Es 21 en teoría, pero hay que ver esa alma qué vino a tomar, por ahí vino a tomar un proceso de 7 y nadie te lo quita. Por ahí hacés 9, 15, 3, 19…

Porque hay que poder ser porosa a lo imperfecto. Yo estoy ahí parada, con esta cosa de autoperfección. Tengo una escuela gigante, porque la perfección es la aceptación de lo que es. ¡Cómo cuesta!, es una escuela de vida.

¿Cómo es el detox 21?

El proceso dura 21 días y arranca todos los meses, pero tenés que pedir tu vacante con tiempo, porque suele tener lista de espera. Todo empieza con la lista de compras (¡todo un ritual, el abastecimiento!) y sigue con un encuentro viviencial donde Nat te inicia en el detox. Después, todo sigue a través de un grupo de WhatsApp, que se convierte en una red de contención clave. Cada uno de los integrantes tiene un plan personalizado, pero se comparte una misma base. Además, Nat responde dudas por privado. Cuesta $2300. La contactás por su celu: 15-5484-6094.

Agradecemos a Verdulería La Amistad y @laslolasdecalu por su colaboracIón en esta nota.

Por: Soledad Simond