Augusto Cicaré tenía cuatro años cuando vio una edición de la revista Mecánica Popular con fotos que le llamaron la atención: unos artefactos estaban volando, pero no eran los aviones que tanto le gustaban. Le pidió a su madre que le leyera el artículo: «Es un aparato que está desarrollando un ruso que ahora vive en Estados Unidos. Se llama helicóptero, puede despegar desde el patio de casa, volar igual que un avión y volver a descender», describió María Anunciada Ercoli. Era 1941 y en ese mismo momento prometió que iba a construir uno cuando fuera grande. Su madre intentó no desanimarlo: «¿Por qué no, hijo? Si este señor pudo, vos también podés».
El señor al que se refería era nada menos que Igor Sikorsky, el primer constructor de helicópteros en serie, exiliado en suelo norteamericano tras la revolución rusa de 1917. Seguir sus pasos no sería nada sencillo, pero la escena doméstica fue premonitoria: 50 años más tarde, mientras se encontraba en el mayor festival aéreo del mundo, en Oshkosh (Wisconsin, Estados Unidos), Cicaré se topó con otro ejemplar de la misma publicación: esta vez tenía un helicóptero suyo en la tapa.
Así, desde Saladillo conquistó el mundo. Y la ciudad se lo supo reconocer: al ingresar allí, tras recorrer unos 180 kilómetros por la ruta nacional 205, una calle que lleva su nombre desemboca en la fábrica donde nacen los artefactos que tiene la firma de este emprendedor que nació hace 79 años en la localidad de Polvaredas, a tan sólo 29 kilómetros de allí.
Las oficinas son sencillas y el hangar de desarrollo de los nuevos prototipos es tan pulcro como un quirófano. «Ahora los recibe Pirincho», anuncia la secretaria, quien lo llama por el apodo con el que lo bautizó un tío, y conduce a la nacion por un breve recorrido por la fábrica hasta llegar a un segundo hangar, donde conviven los primeros prototipos con modelos de última generación.
Es ahí mismo donde, desde hace 11 años, fabrica helicópteros en serie. En 2016, la empresa produjo 20 unidades y este año tiene proyectado fabricar entre 30 y 35. También tiene en carpeta la construcción de un hangar nuevo que le permitirá duplicar la capacidad de la planta para llevarla a un volumen de 80 unidades por año en 2019. Además, cuenta con 30 empleados, pero ya planea expandir la plantilla a 40.
Casi el 80% de la producción se exporta. El mercado asiático se lleva un 40%; Europa, un 30%; Estados Unidos, un 15%, y el restante 15% va a Oceanía y Sudamérica.
El 60% de las ventas proviene de los modelos Cicaré 8 y Cicaré 12 (ambos biplazas) y el Cicaré 7 (monoplaza), que cuestan entre US$ 76.200 y US$ 153.300. El restante 40% se origina en la comercialización de entrenadores de vuelo para las fuerzas de seguridad nacionales y para entrenamiento privado en el exterior, ya que cuentan con certificación para los Estados Unidos, Europa y China.
Crecer de golpe
Pero el camino no fue fácil. El tío de Cicaré era tornero y, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, las principales automotrices no estaban fabricando repuestos, con lo cual no daba abasto reparando piezas. Entonces Pirincho, que por aquel entonces tenía unos diez años, comenzó a ayudarlo en el taller. En el colegio tenía las notas más bajas, el problema era que no estudiaba. No bien salía de la escuela se iba derecho al taller, sin comer nada.
Los sueños de que terminara la escuela y fuera ingeniero se vieron truncados cuando su padre se enfermó y no pudo continuar estudiando. Tenía once años, era el mayor de cinco hermanos (le seguían Hugo, María, Elba y José María) y todavía recuerda las palabras de su madre: «Vas a tener que ir al campo a trabajar». Su respuesta la desconcertó, pero ella terminó accediendo. «No mamá, a mí eso no me gusta. Comprale las herramientas al tío y yo sigo con sus clientes.»
La entonces pujante fábrica de automóviles y electrodomésticos SIAM había contratado al tío y el pueblo se quedaba sin tornero. Así fue como Pirincho se hizo cargo del taller. Recuerda entre risas que debía subirse a un cajón porque no llegaba al banco de las herramientas y cuando las piezas eran muy pesadas los clientes lo ayudaban a subirlas.
En aquel entonces en Polvaredas no había luz eléctrica y por ese paraje de 200 habitantes sólo pasaba el ferrocarril. «Hoy ni eso», se lamenta. Fue así como, por necesidad, fabricó un pequeño motor a nafta que hacía funcionar el lavarropas de su madre. «Funcionaba con una hélice, pero los días de viento no podía lavar, entonces decidí hacer el motorcito. Yo sabía que si quería armar el helicóptero me iba a tener que hacer mi propio motor, porque plata para comprar uno no había, así que iba practicando», relata.
Además, para hacer funcionar las máquinas del taller fabricó un motor diesel y los chacareros de la zona le empezaron a pedir que les armara uno igual para sus grupos electrógenos. Le llevaba tiempo, pero siempre les cumplía.
Así fue como el proyecto empezó a tomar forma. A medida que iba construyendo las piezas para el helicóptero, las guardaba en un armario. Sólo su madre estaba enterada. «Tenía miedo de que alguien las viera y me tratara de loco», sonríe.
En una oportunidad llegó a la tornería un vecino de la zona que era piloto de avión y conocía del tema. Cicaré se fue soltando y le comentó que tenía ganas de fabricar un helicóptero, aunque por miedo a que le pidiera verlas no le comentó que tenía piezas ya fabricadas. «¿Vos sabés lo complicado que es? Te vas a romper la cabeza pibe, hacé un avión que es más fácil», le dijo el piloto. Pero el emprendedor le retrucó: «Para hacer algo más fácil puedo hacer cualquier otra cosa, yo lo que quiero es hacer un helicóptero. Si Sikorsky pudo, ¿por qué yo no?». Las palabras de su madre resonaban nuevamente aquella tarde.
Pasó el tiempo y el piloto vio en vuelo uno de los primeros prototipos de Cicaré y recordó aquella charla: «Te pido disculpas, ¡no estabas tan loco!», le dijo.
Pirincho nunca pensó en contratar a un piloto profesional para que pruebe sus prototipos. «Siempre los volé yo, de manera autodidacta», afirma. A la primera versión la ató con cuatro cadenas al piso para que, en el caso de que se desestabilizara, las palas del rotor no tocaran el piso y no se destruyera el helicóptero. «Mi preocupación era probarlo sin romperlo. Me había costado mucho tiempo y esfuerzo armarlo», recuerda. Tenía 21 años.
Al primer prototipo le faltó potencia, pero se despegó del suelo. «Para todos fue un fracaso. Para mí, un éxito total… ¡volaba!», se entusiasma. Y no bien se bajó del aparato le dijo a su hermano que iba a fabricar un motor con el doble de potencia.
Cuando probó la nueva versión, la sensación fue totalmente distinta. «Me costó un poquito tomarle la mano y pilotearlo, pero una vez que lo estabilicé, jugaba dentro de lo que me permitían las cadenas», recuerda. Una vez que quedaban libres de tensión, era una clara señal de que el helicóptero estaba volando. «Hacía vuelos como de perdiz, ahí cerquita, me temblaban las piernas. La emoción que sentí era increíble», explica con la misma pasión de aquellos días.
«Acá me meten preso»
En ese entonces, Cicaré se enteró por el diario que la Fuerza Aérea había comprado los primeros Sikorsky S-51. «Eran una belleza, me fui hasta la base de José C. Paz y no me dejaron entrar, precisaba un permiso. ¡Yo quería ver un helicóptero en persona!», se lamenta.
Al poco tiempo, llegaron al despacho del presidente Arturo Illia imágenes en súper ocho y fotografías tomadas por el camarógrafo de presidencia de Cicaré volando el primer prototipo. Y eso bastó para que el jefe de la base aérea fuera a verlo. Cuando vio al Sikorsky, aquel mismo que no había podido ver de cerca un tiempo atrás, aterrizar en su taller, pensó: «Acá me meten preso».
El primer prototipo no contaba con ningún tipo de certificación, había sido fabricado con caños de luz, fierros de maquinaria agrícola e incluso barrales de bronce de una cama que pertenecía a su madre cuando aún era soltera. El motor estaba hecho con fundición de chatarra. La reacción del funcionario descartó los temores. No sólo lo felicitó, sino que le pregunto qué precisaba. Fue así como Cicaré se instaló en la fábrica militar de aviones durante tres meses para trabajar en un helicóptero íntegramente nacional. Pero cuando estalló el golpe de 1966, la nueva conducción decidió no continuar con el proyecto. Cargaron todo en un camión y lo mandaron de vuelta a Polvaredas.
Cicaré prefiere que lo llamen constructor más que inventor. «Inventor es el que crea algo que no existía. El inventor del helicóptero es Leonardo Da Vinci», define. No obstante, Cicaré tiene registradas dos patentes. Una de ellas es una pieza que reemplaza el plato oscilante que utiliza la mayoría de los helicópteros. «Para mí resultaba una pieza tan sencilla que hasta me da vergüenza decir que es un invento», aclara con humildad. El otro es el entrenador de vuelo, que, a diferencia de un simulador, que es virtual, permite pilotear un helicóptero real, semicautivo.
En los Estados Unidos ya está certificado su uso para que diez de las cuarenta horas que componen el curso de helicóptero puedan realizarse en él. Hoy, todos los pilotos de la Policía Federal en actividad han hecho el curso en su invento y también ha sido adquirido por la Fuerza Aérea y el Ejército. Como dato llamativo, en China compraron muchas unidades Cicaré, puesto que la actividad aérea civil está prohibida, y el entrenador es utilizado para formarse a la espera de que se permita el desarrollo de la actividad.
Por el dispositivo, Cicaré ganó el primer premio del Instituto Nacional de la Propiedad Industrial (INPI) y luego la medalla de oro al mejor invento en el Salón Internacional de los Inventos en Ginebra. Fue allí que lo vio un lord inglés, quien compró un entrenador para instalarlo en su castillo y divertirse con sus amigos. Luego recibió órdenes de compra de diferentes lugares.
Un capítulo aparte merece su relación de amistad y admiración mutua con Juan Manuel Fangio. En 1969, «el Chueco» dijo de su amigo: «Cicaré es uno de esos raros hombres que con su forma de sudor y talento les sobra para desarrollar obras que proyecten a su patria». Al volverla a escuchar 48 años después, Cicaré se emociona y afirma que cuando alguien tiene una idea o un sueño tiene que encargarse de demostrar que sí se puede concretar, al menos con una maqueta. «En un dibujo todo es posible, pero luego hay que ponerlo en práctica», comenta quien en 1974 se casó con Isabel Ponce y tuvo tres hijos: Fernando (hoy director y CEO de la empresa), Juan Manuel (ingeniero agrónomo) y Alfonso. Los tres trabajan actualmente en la compañía.
Otro factor determinante, afirma Cicaré, es el sacrificio y el esfuerzo. «Le he robado muchas horas al sueño. A veces venía mi madre a las tres de la mañana con un vaso de leche o algo para comer porque no había cenado para seguir trabajando en alguna pieza», rememora.
La historia de Augusto Cicaré es también la historia de un Estado ausente. Desde aquel apoyo por parte de la fábrica militar de aviones durante el gobierno de Illia, la empresa no había tenido ayudas concretas más allá de algún proyecto frustrado por los cambios de autoridades o del oportunismo electoral, cuyas promesas se las lleva el viento.
En 2015, antes de ser presidente, Mauricio Macri se presentó en la fábrica y quedó sorprendido por los desarrollos. Preguntó si había demanda por los helicópteros y entonces Fernando le comentó que efectivamente había demanda, tanto de los helicópteros como de los entrenadores de vuelo en diferentes mercados alrededor del mundo, pero que la capacidad de la fábrica sólo les permitía construir entre 10 y 12 unidades por año. «Entonces hay que producir más, construir una fábrica más grande. Si llego a presidente me comprometo a apoyarlo, por lo menos tiene que producir 50 o 100 unidades anuales», dijo Macri.
En octubre último, al inaugurar el 52° Coloquio de IDEA en Mar del Plata, ya como presidente, Macri citó Cicaré como un ejemplo a seguir y a su empresa como una de las tantas que había que apuntalar para que puedan crecer. «Yo no estaba viendo la televisión, me llamaron para contarme y me dijeron: «Hasta te nombró como Pirincho». Pensé que me estaban cargando. Pero cuando llegué esa noche a casa, puse la televisión y ahí lo vi… ¡no lo podía creer! Eso me dio fuerzas para seguir adelante, me puse a pensar en los nuevos proyectos que tengo», se entusiasma, y remata: «Soy muy creyente y paso todas las mañanas antes de venir a la fábrica a rezarle a la Virgen de Loreto [patrona de la aeronáutica] y le pido que me dé unos cuantos años más de vida, porque todavía hay muchas cosas interesantes por hacer».
Fuente: La Nación