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Viaje a Italia 90 y un himno que emociona tanto a los argentinos: Un’estate italiana. La fortuita pelea que permitió la creación de ese hit y qué es de la vida de los dos cantantes.
Se llamaba To be number one. La letra era en inglés. Y sonó aquel viernes 8 de junio en la apertura del Mundial Italia 90, previo al partido inaugural de la Copa entre el campeón Argentina y Camerún. Ya era tarde… Once minutos antes, en el inicio de la misma ceremonia en el San Siro de Milán, el mundo había conocido la versión italiana del mejor himno mundialista, esa que sabemos todos: “Notti magiche, inseguendo un gol, sotto il cielo, di un’estate italiana…”. Una magia que cumple 30 años.
El italiano Giorgio Moroder es el autor de esos acordes que, de apenas escucharlos, ya erizan la piel. Era el productor musical de Donna Summer y un compositor de éxitos de cine: Expreso de Medianoche (1979), Flashdance (1984) y Top Gun (1987), con la recordada Take my breath away le habían valido tres premios Oscar -además el tema de “La Historia sin Fin” en 1984 es de su autoría-. Los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84 y de Seúl 88 también lo tuvieron como generador de sus himnos. Y en 1989, la organización del Mundial lo convocó para su canción oficial.
Su socio en Top Gun, Tom Whitlock, escribió una letra en inglés que hablaba sobre las ansias de triunfo para ser número uno -de ahí el título del tema- y sobre el juego limpio. Tampoco se necesitaba mucha más poesía para superar el “México 86, México 86, el mundo unido por un balón”. Ni que hablar al ritmo militar de “25 millones de argentinos jugaremos el Mundial”, de Argentina 78. Así y todo, la versión con el pelilargo estadounidense Paul Engemann al micrófono, no conformó a Moroder. “Era sencilla y le faltaba pasión”, reveló luego (y con razón), lo que le valió pelearse con Whitlock.
“¡Edoardo! ¡Gianna! Vieni qui”, convocó Giorgio a Bennato y Nannini, íconos del rock-pop de su país. Y el Charly García y la Fabiana Cantilo en versión tana (recordemos, estamos en 1989) escribieron una letra más pasional. “Forse nos sarà una canzone, a cambiare le regole del gioco”, arrancaba él, con guitarra en mano, una canción que no iba a ser para cambiar las reglas del juego. “Ma voglio viverla cosi quest’avventura, senza frontiere e con il cuore in gola”, completaba ella, dispuesta a experimentar esta aventura así, sin fronteras y con un corazón en la garganta.
Y, con sus voces rasposas y una escala más melosa, la convirtieron en un sentimiento i-nol-vi-da-ble. Pero lo más curioso es que la química de este dueto, improvisado para el Mundial y que donó todas las regalías a Amnistía Internacional, duró lo que el ‘estate’ (verano) italiano, y no volvió a compartir un escenario.
Bennato, al que muchos comparan con David Bowie, tiene 73 años y vive en Nápoles. Arquitecto frustrado, desde 1973 editó 34 discos, 19 luego del éxito en Italia 90. Aunque el último fue en 2015, recorre su país con su música. ¿Qué dijo de este hit y de Gianna? “Lo nuestro fue para el Mundial, nada más. Yo no quería escribir el himno de Italia 90, pero fue la clave para jugar con BB King”, se jactó. Así fue que el 13 de julio, cinco días después de la final, le sacó rédito al boom: el Rey del Blues lo invitó a tocar junto a él.
Nannini (63), cuyo padre fue presidente del Club Siena y es hermana mayor de Alessandro, ex piloto de Fórmula 1, vive en Siena, con su pareja Carla y una hija de nueve años, Penélope. Su enfoque feminista para plantarse en la vida se refleja en sus 19 discos de estudio y todavía se anima a rockear por toda Europa: “Ese día fue mágico. Con ‘Un’estate…’ pude llegar a todo el mundo”, agradeció. ¿Y con Bennato? “Simplemente no nos frecuentamos”, le contó hace pocos días al diario La Nación.
En realidad, “Un’estate italiana” se había estrenado seis meses antes, el 8 de diciembre, día del sorteo en el que Argentina, cabeza del grupo B, supo que los africanos
Susan Ferrer la castellanizó (“Noche mágica, y siguiendo un gol, bajo el cielo de un estadio -en vez de verano- italiano”). Esos cuatro minutos y siete segundos le pasan el trapo a La copa de la vida de Ricky Martin (Francia 98) y al Waka-Waka de Shakira (Sudáfrica 2010) y a todas las canciones mundialistas que le siguieron después. Son una catarata de nostalgia de lindos recuerdos (el golazo de Cani a Brasil, los guantes de Goyco) y de un sueño que no fue (Codesal y la madre que lo parió).
Aunque no nos cansamos (ni nos cansaremos) de escucharla. Como Moroder: “Me sorprende lo querida que es. Me llama la atención cada vez que la gente la canta en mis shows. Cada cuatro años la vuelvo a escuchar y me sigue emocionando”. Nosotros también.