El Quemado fue una estancia cobijo de personajes ilustres y amores extremos. Remonta su historia a 1830 siendo su primer propietario Teodoro Shuster, un agrimensor alemán que llegó al país para servir en el ejército de San Martín. Shuster planificó la construcción de Junín en Buenos Aires y Federación en Entre Ríos. En los siguientes treinta años pasó por varias manos y fue en esa época cuando un malón aborigen quemó el casco de la estancia. En 1867, la estancia fue adquirida por Antonio Cambaceres quien construyó el casco actual y le dio el nombre que todavía conserva.
Su hijo Eugenio, destacado político y escritor conoce a Luisa Bacichi en 1876 en Buenos Aires. Luisa era una muy bella bailarina austríaca que acompaña a Cambaceres a París, donde nace su hija Eugenia Rufina. Viven en la Estancia o en un hermoso palacio en Buenos Aires. Eugenio, en su libro “Sin rumbo” describe costumbres y paisajes de “El Quemado” con una sencillez inigualable. Quiero imaginar que las palabras de Cambaceres se refieren al castillo de El Quemado cuando dice: “…se divisaba desde lo alto la tabla infinita de la pampa, reflejo verde del cielo azul, desamparada, sola, desnuda, espléndida, sacando su belleza, como la mujer, de su misma desnudez”. Eugenio representó al gobierno argentino en la histórica Exposición Universal de París de 1889. Fue uno de sus últimos actos públicos porque, enfermo de tuberculosis, murió ese mismo año.
Luisa con su hija Rufina heredan El Quemado y ella, sin experiencia en cuestiones ganaderas se dio cuenta pronto que sería muy difícil conservar la propiedad heredada ya que la fortuna de los Cambaceres, se había transformado en hipotecas y deudas producto de la vida de viajes y derroche de su esposo. En la estancia vecina, conoce a Hipólito Irigoyen quién se ofrece a elevar la producción y le alquila el campo. La relación comercial pronto se transforma en una larga relación amorosa que perduró hasta la muerte de Luisa en 1924.
Una verdadera pasión se evidencia entre Irigoyen y Luisa. Si bien algunos historiadores afirman que el caudillo radical no amó a ninguna de sus mujeres, la continuidad en los más de 30 años de la pareja muestra el amor que existía entre ambos.
La vida en la estancia era sencilla. Luisa se ocupaba de todo y asistía a Irigoyen y sus invitados como si fuera su legítima esposa. El historiador Gálvez declaró que esa relación y ese cariño eran un descanso para el Presidente argentino. Seguramente, como describía Cambaceres, “las puntas de vacas arrojando la nota alegre de sus colores vivos” o “las perdices que silbaban su canto triste y melancólico, los jilgueros y benteveos escondiéndose en los montes, el vaivén tumultuoso de la hacienda” no sensibilizaban a Irigoyen que sólo buscaba en la estancia el aislamiento. Sin embargo, disfrutaba de sus estadías en la vieja estancia, la compañía de Luisa, la charla con la peonada y salir de caza. Hasta allí llegaban diputados, senadores y dirigentes políticos para mantener reuniones con el caudillo.
Luisa amaba a Irigoyen con toda su alma. Cuando él entró a su vida, ella se retiró completamente del entorno mundano y social, y se consagró totalmente a su amante tanto en la casa del barrio de Barracas, muy cerca de la de Irigoyen, como en la estancia.
En General Alvear y Saladillo, era por todos conocida la relación entre ambos, de tal manera que había dichos y refranes del truco que se referían a la pareja. Los viajes en coche tirado por caballos hasta la estación de Micheo para tomar el tren hacia Buenos Aires fueron, seguramente, innumerables… ¡Cuántas veces la mirada de Luisa se habrá extraviado en las curvas del arroyo Las Flores al cruzar el Puente de Fierro!
Para muchos historiadores, Luisa fue el gran amor de Irigoyen. Ella falleció en 1924, cuando “el Peludo” ya había terminado su primera presidencia y soñaba con su regreso al sillón de Rivadavia.
Sin embargo, Irigoyen siguió viviendo en “El Quemado” hasta el 1926, cuando la estancia fue adquirida por Eduardo Maguire.
Como bien afirma Ernesto Quiroga Micheo, Luisa fue “la gran mujer que estuvo detrás de Irigoyen y sus consejos y opiniones, seguramente fueron escuchados por el caudillo con gran atención pues en ella encontraría el remanso después de navegar en el torrentoso río de la política”.
Bibliografía consultada:
– Cambaceres, Eugenio. Sin Rumbo. 1885.
– Quiroga Micheo Ernesto. Hipólito Irigoyen. En la cueva del Peludo. 2009.
– Balmaceda Daniel. Romances turbulentos de la Historia Argentina. 2012.
– Dillon Susana. Secretas alcobas del poder. 2012.