La fórmula con Miguel Ángel Pichetto llega después de un escenario ya modificado por la negociación entre Sergio Massa y el kirchnerismo. El Gobierno siente que recupera iniciativa, pero hay interrogantes abiertos. La inquietud bonaerense. Y negociación con gobernadores.
A ritmo de vértigo, la polarización acaba de instalarse sin vueltas como factor político determinante, efecto y a la vez condicionante del armado electoral. Unos pocos hechos, en orden cronológico, explican en buena medida el resultado de estas horas: el juego de Cristina Fernández de Kirchner bajo el formato de acompañante de Alberto Fernández, la negociación abierta de Sergio Massa para integrarse al frente kirchnerista, el desgajamiento del peronismo federal y ahora, la decisión de Mauricio Macri de ir a la pelea con Miguel Ángel Pichetto como vice. El Presidente terminó de patear el tablero.
La movida oficialista sacude a toda la política y quema papeles consagrados como mandamientos en el propio macrismo. Es un golpe con beneficios iniciales a la vista y con interrogantes sobre su efecto social práctico en términos electorales –especialmente en la vital pelea bonaerense-, además de vueltas internas. Pero en primer lugar expresa recuperación de la iniciativa política y, a la vez, un reconocimiento implícito de la inquietud generada por la ofensiva kirchnerista, que buscaba instalar como ineludible la posibilidad de un triunfo suyo en primera vuelta.
Ese último elemento parecía claramente fortalecido, al menos como especulación, con las tratativas para sumar a Massa. Y eso resultaba potenciado por el tardío y frustrado ofrecimiento oficialista de listas colectoras y otras garantías territoriales. Puede entenderse como paradójico, pero el giro massista y sus consecuencias en el espacio de Alternativa Federal terminaron por precipitar la fórmula de Macri con Pichetto. Eso, sobre el terreno abierto por la discusión de una estrategia de apertura reclamada por los socios radicales de Cambiemos y conversada más de lo que parece en el reducido circuito presidencial. Lo de ayer no cierra el tema, pero asoma como una señal nada desdeñable.
En medios oficiales, anoche anotaban un primer elemento para el optimismo: sentían haber salido de la zona de desconcierto, a la defensiva, frente a la dilatada pero muy inquietante negociación entre Massa y el kirchnerismo. «Mostramos vocación de poder», decía uno de los operadores directos del entendimiento con Pichetto. Y agregaba, sin atarse a las primeras reacciones de los «mercados», que el mensaje dado por la integración de la fórmula podría «garantizar» un camino electoral sin sobresaltos graves, especialmente a partir de las PASO.
La lectura política trascendía esa primera señal y no sólo con sentido interno. No se trataría del colapso total de criterios «duranbarbistas», pero sí de la crisis del concepto cerrado de gestión y armado político. No sería la vuelta a la «vieja política» pero sí la aceptación de una debilidad propia: el desgaste producido por el ensimismamiento y por el rechazo al acuerdo político más allá de la negociación puntual, tema por tema, con gobernadores y legisladores de la oposición.
Cambios de criterio a la carrera, la expectativa está puesta ahora en las puertas que podría abrir la fórmula Macri-Pichetto con gobernadores y algunos referentes peronistas; también con jefes de fuerzas provinciales. Pichetto es además de candidato y desde mucho antes, un negociador político experimentado.
Fuentes vinculadas a lo que aún es el armado del PJ federal señalan la posibilidad de tejer entendimientos de «boleta corta» en media docena provincias, es decir, compromisos de gobernadores para ir con lista propia de legisladores nacionales y dejar abierto el tramo de la fórmula presidencial. Es un capítulo central y abierto.
También están abiertos interrogantes hace el interior del oficialismo. María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta y Alfredo Cornejo, titular de la UCR, avalaron públicamente la jugada. A su modo, también lo hizo Elisa Carrió. Pero no todo es optimismo cerrado. La principal duda está instalada en Buenos Aires, según aceptan en La Plata, y tiene que ver sobre todo con el efecto de la polarización en la pelea provincial, que se define en una sola vuelta. Sería útil si levanta el piso de Macri en territorio bonaerense; si no, podría ser riesgoso.
En el radicalismo anoche había señales de apoyo combinadas con recelos y hasta reclamos. En rigor, el mendocino Cornejo fue de los que más demandó una ampliación del frente electoral. Esa posición, matizada en las críticas, fue aprobada en la Convención. Y Ernesto Sanz, que rechazó ofertas, y el salteño Gerardo Morales fueron dos operadores centrales para sumar a Pichetto. Por supuesto, hay algunas quejas por haber resignado la vice y, más precisamente, sin haber acordado aún listas y algunos compromisos legislativos y ejecutivos si la reelección llega. Esa discusión es lo que viene. El otro dato político significativo tiene que ver con una aceleración de tiempos que no estaba previsto en el laboratorio electoral.
En rigor, en despachos políticos del Gobierno y entre dirigentes radicales se venía hablando de un escalonamiento ideal para avanzar en ese camino. Ese esquema, linealmente, contemplaba algo así como tres pasos, nada sencillos ni lineales. En primer lugar, ratificar Cambiemos y darle mayor consistencia de funcionamiento orgánico: nada fácil, después de frustradas mesas políticas y con el agredo del desgaste de Macri. En segundo término, defender la marca electoral propia en la primera vuelta, apostando a la confrontación con CFK y a la existencia de un PJ federal que retuviera una franja de voto peronista. Y finalmente, si las urnas acompañaban, ir a un balotaje jugando más claramente a una apertura de alianzas.
Las conversaciones internas, en la hipótesis de lograr la reelección presidencial, no se agotaban allí. Con mayor o menor profundidad, era analizada la perspectiva de convocar a sectores peronistas y fuerzas provinciales para integrarse con cargos en el equipo de ministros y secretarios: una especie de gobierno de coalición o, más claramente, un acuerdo para sostener mayorías legislativas con expresión concreta en las decisiones y gestión de Gobierno.
La incorporación de Pichetto es de fuerte impacto, pero recién abre una puerta. Algo de eso se discute en la Ciudad, que podría cerrar viejas fisuras entre el PRO y la UCR, incluyendo a Martín Lousteau. Habrá que cerrar listas, más allá del nombre del frente electoral. Después, si hay reelección, vendrá el debate de fondo.
Fuente: infobae