A puro mérito y después de nueve caídas consecutivas ante el español, “El Peque” derrotó 6-2 y 7-5 al nueve veces campeón de este torneo y actual defensor de la corona.
Tal vez, es la mejor actuación de su carrera. Diego Schwartzman tiene 28 años, está en el puesto número 15 en el ranking, logró 3 títulos y apenas mide 1,70m. Pero es un gigante. Rafael Nadal tiene 34 años, está segundo en el escalafón mundial, suma 85 trofeos y está a uno de los 20 grandes de Roger Federer. Es el mejor de la historia sobre el polvo de ladrillo. El Masters 1000 de Roma es uno de los torneos más prestigiosos del circuito, una cuna de leyendas sobre superficies lentas. El español tenía una ventaja drástica, que derriba al más optimista antes de jugar: un paralizante 9 a 0. Al fin de cuentas, son apenas estadísticas, datos, historias del pasado. Lo que acaba de ocurrir certifica que el deporte es una de las expresiones más maravillosas: cualquier cosa puede ocurrir. El pequeño gigante superó al mallorquín por 6-2 y 7-5 en dos horas y tres minutos y alcanzó las semifinales del torneo italiano, en una de las mejores actuaciones de su vida.
En una de las antesalas de la final, jugará este domingo con el canadiense Denis Shapovalov, que superó por 6-2, 3-6 y 6-2 al búlgaro Grigor Dimitrov. El partido entre Schwartzman y Shapovalov comenzará a las 14 (hora de Argentina) y será televisado por ESPN.
Fueron más de dos horas con una efervescencia en desarrollo, con el optimismo de Peque siempre en primer plano. Le ganó con el mejor tenis a una leyenda de las raquetas. El sueño de instalarse entre los mejores 10 del planeta está de vuelta.
El primer set fue una obra maestra del argentino: punzante, agresivo, pícaro para sortear las dificultades al recibir pelotas demasiado altas, cercanas al cielo y espesas, pesadas, como si fueran transportadas por un gladiador. Schwartzman olfateó las heridas del guerrero casi desde que se abrió el telón, con un quiebre de maravillas para ponerse 3-2: lo consiguió en cero. Más tarde, desatado, Peque se afirmó en su sustancia: un pequeño gran show de toques, sutilezas y devoluciones de revés a dos manos, lanzados como misiles.
El español parecía agotado. Casi al filo de la medianoche romana, los 24 grados (luego de una jornada caliente) y algo más de 80 por ciento de humedad, lo sacaron de su eje. Gigante frente a un gigante, Peque selló el primer parcial con un categórico 6-2. El recuerdo de otra página memorable de su mejor tenis viajó a un año atrás, cuando perdió en las semifinales de este mismo prestigioso torneo por 6-3, 6-7 y 6-3 frente al serbio Novak Djokovic. El polvo de ladrillo es una plataforma que le seduce. No se encoge ni frente al mejor de todos los tiempos sobre el polvo de ladrillo.
El segundo set y la definición: Schwartzman transpiró para domar al gigante Nadal
No resignó el protagonismo Diego en la segunda parte del espectáculo, con un par de drops que parecieron sacar de quicio al español, envuelto en dudas por haber estado casi 200 días sin competencia y con Roland Garros a la vuelta de la esquina: empezará el 27 de septiembre, con la obsesión de alcanzar los 20 grandes, uno de los pocos desafíos que todavía le quedan por alcanzar -y tal vez, superar-, al enorme Roger Federer. Rafa suma 12 conquistas en París. Y su apetito voraz no lo detiene. Pero Peque lo tenía confundido, mareado, la misma postal que sostenía Carlos Moyá, su entrenador, y como parte de su equipo, su padre, Sebastián. No podían creer lo que estaban viendo.
Lo mismo ocurría en otro sector del desolada pista central de Roma, con los lógicos protocolos por la pandemia que conmueve al mundo. Juan Ignacio Chela, su entrenador (que celebraba los mejores puntos como si fueran un gol), Martiniano Orazi, su preparador físico, Eugenia De Martino, su novia. El mal trago del US Open había quedado atrás: Schwartzman mantenía la intensidad frente al monarca de la intensidad. Nadal sabía la clase de adversario que es el porteño. «Es un jugador de un nivel muy alto, uno de los mejores del mundo. Se mueve muy rápido por la pista, tiene una gran lectura de juego y controla muy bien la pelota. Sé que si no estoy al máximo nivel voy a sufrir, como ha pasado siempre que me enfrenté a él», había contado, horas atrás.
Gorra dada vuelta, concentrado, seguro, con una variedad de golpes de colección y una frescura que no parecía acabarse, Peque se mantuvo en la línea de batalla. Tan incómodo transpiraba el mallorquín, que cuando quebró con una volea para recuperar una desventaja y ponerse 4-4, gritó como si se tratara del punto final. Apretó el puño de su mano izquierda, la magnífica, una y otra vez. Peque estaba 6-2, 5-4 y servicio, con todo a su favor. Pero Rafa es un titán cuando está a punto de caerse al precipicio: quebró en cero y alcanzó el 5-5, en el momento más dramático del encuentro. Volvió a quebrar Peque y se recompuso. Y ganó. Ganó un partido que es para toda la vida.