El 28 de febrero de 1981, la banda abrió su serie de 5 conciertos en el estadio de Vélez Sarsfield. Fue la primera vez que un grupo de rock internacional llegaba a la Argentina en el pináculo de su carrera. La reunión con el dictador Viola en su departamento y la ruptura amorosa del cantante durante la gira
Argentina, 1981. El país donde una de las frases de cabecera era “el silencio es salud” iba a recibir una bofetada de decibeles. La llegada de Queen a nuestro país fue un quiebre para toda la industria del espectáculo. Jamás se había visto un show así, en ningún género. Para los rockeros significó, además, sacudirse el polvo de la quietud escénica. Acostumbrados a tocar casi sin moverse -quizás para diferenciarse de cantantes como Sandro, que transpiraban sexualidad en escena- se llevaron la lección que brindó Freddie Mercury, un cantante que además de una voz privilegiada podía recorrer toda la pista, mostrarse sexy sin pudor y llevar a su público al éxtasis. Sin contar cómo la poderosa guitarra de Brian May, el bajo milimétrico de John Deacon y la explosiva batería de Roger Taylor -ayudados por un sonido que acá era todavía de ciencia ficción- los despeinaba musicalmente.
Con su pantalón blanco ajustado, moviendo la cola hacia la gente o en cueros y con un minishort rojo, Freddie hipnotizó a todo el mundo. Y eso significa, literalmente, “todo el mundo”: las estrellas de la farándula lo querían conocer, los militares en el poder lo adulaban. La caza de un autógrafo suyo podía ser la de un fan desconocido o la de famosos como China Zorrilla, el peluquero Miguel Romano y hasta Diego Maradona, aunque aquí el deseo era compartido entre él y la banda.
Sin Beatles pisando nuestro suelo, lo sucedido a finales de febrero de 1981 fue lo más parecido a la beatlemanía que supimos conseguir. Sólo superado recién en 1995, cuando llegaron los Rolling Stones.
Queen monopolizó la atención durante más de una semana. Los noticieros televisivos, los programas radiales, las tapas de las revistas, las conversaciones en los bares, los suplementos de los diarios (no así las tapas de los principales: en esos tiempos todavía no se permitían poner noticias del mundo de espectáculo en portada; sólo Crónica exceptuaba esa regla).
El grupo encabezado por Freddie Mercury brindó cinco recitales en Argentina. Tres en el estadio de Vélez, uno en Mar del Plata y otro en Rosario. El éxito de público fue colosal.
La primera función fue el 28 de febrero en Vélez, repitieron en el Amalfitani al día siguiente, para después recalar en Mar del Plata y Rosario. El último show fue de nuevo en Liniers. Ese día la capacidad del estadio rebalsó. El efecto contagio había surtido efecto. Quienes no habían ido, querían ir; quienes habían ya presenciado alguno de los shows deseaban estar de nuevo.
Las regulaciones de los espacios en los espectáculos públicos, en esos tiempos, eran cuando menos, morosas. Basta ver las fotos de cualquier tribuna en un superclásico de principios de los 80. Los productores sacaron a la venta más entradas y esa quinta función fue la más concurrida. Se calcula que entre quienes pagaron sus entradas y quienes se colaron más de 60 mil personas acudieron esa noche. En un momento la popular estaba rebalsada. La muchedumbre apenas podía moverse. Quien metiera la mano en el bolsillo para sacar el encendedor para un cigarrillo podía poner en movimiento una marea humana que terminaría estrellada contra un paraavalanchas o el alambrado. En el campo, la situación era algo más distendida. Al ser la primera experiencia en que se ponía en venta ese sector, las estimaciones fueron más cautelosas. Así, la policía decidió que la mejor manera de descomprimir la popular era agujerear el alambrado olímpico y permitir que parte del público pasara al campo por esos boquetes improvisados.
La magnitud del evento y su inmensa repercusión tiene explicación. Era la primera vez que un grupo de rock llegaba al país en el pico de su carrera. Estos shows fueron parte de la gira mundial de presentación del disco The Game. Queen era una de las bandas más importantes del mundo y arribaba a la Argentina en su apogeo.
A pesar de que la crítica especializada no los trataba demasiado bien (era un hábito que había empezado en Reino Unido y se había extendido hacia Estados Unidos) el disco contenía varios clásicos: Another One Bites the Dust, Crazy Little Thing Called Love, Play the Game, Save Me. El grupo británico fue precursor en incluir América Latina en su itinerario. Hasta el momento los tours mundiales no eran tales, sólo incluían Estados Unidos, Europa y Japón.
La historia de la gira latinoamericana de Queen demuestra por qué esto era así. En México debieron cancelarse seis de las presentaciones previstas, Pinochet no autorizó la actuación en Chile, en Brasil se suspendieron los shows de Rio y Porto Alegre, y en Venezuela otras dos debido a la declaración oficial de duelo por la muerte de un ex presidente. Sin embargo, la apuesta del grupo, más allá de estas improvisaciones impensadas en la actualidad (en épocas de preventas, early birds, seguros y ejércitos de abogados), fue más que exitosa.
Había un antecedente en el país de una estrella internacional presentándose en un estadio. En 1973 el guitarrista mexicano Carlos Santana tocó con su banda en el Gasómetro, el viejo estadio de madera de San Lorenzo en Avenida La Plata. Pero pesar de su prestigio y fama, Santana no tenía la repercusión del conjunto inglés y en ese momento de su carrera su búsqueda musical estaba girando hacia la fusión, hacia el jazz-rock. La falta de experiencia hizo que el escenario se pusiera en medio de la cancha y que no hubiera público en el campo. El espectador más cercano estaba, con suerte, a 40 metros de los artistas. El sonido -la falta de él- fue otro problema.
En 1981 Queen llegaba al país con ese solo antecedente. El espectáculo que trajeron no era parecido a nada de lo que se había visto en el país. Un enorme escenario, parrillas de luces móviles, una potencia de sonido descomunal, fuegos artificiales y trucos, una puesta escénica trabajada, himnos inmortales y un performer como Freddie Mercury.
La capacidad interpretativa -pero especialmente la escénica- del vocalista de Queen superó las expectativas. Ahí estaba, frente a más de 50 mil personas, imponiendo las reglas. Se jugaba a lo que él quería. Un juego que no tenía exposición pública en el país, que era silenciado y reprimido. No modificó su propuesta pese al clima represivo, a la censura. Una de las particularidades de sus actuaciones en el país fue que en las cinco tocaron un tema algo perdido en su discografía y que muchos argentinos no conocían: Get Down, Make Love. Se trataba de un tema carnal, erótico y explícito, con referencias directas al sexo oral.
El empresario que trajo al grupo era un viejo conocedor del terreno de las visitas musicales en Argentina. Había sido representante de Joan Manuel Serrat en el país, año a año hacía desembarcar a Julio Iglesias y, entre otros, había conseguido un suceso fenomenal con Demis Roussos un tiempo antes. Alfredo Capalbo desconocía el mundo del rock pero pensó que traer a Queen al país era una apuesta segura. No se equivocó. Ricardo Pollera, el hijo de su socio en Mar del Plata, declaró que con ese solo recital su padre ganó un millón doscientos mil dólares. De Capalbo se dice que lo que le permitió hacer este negocio fenomenal fue su cercanía con los militares argentinos.
Queen no demostró mayores pruritos respecto de quienes gobernaban en los lugares en que ellos se presentaban. Esta gira sudamericana es un buen ejemplo; en su grilla inicial pasaba por tres países gobernados por dictaduras. Años después también se presentó en Sudáfrica pese a las sanciones internacionales debido al Apartheid.
Se suele sostener que los músicos de Queen se reunieron con el presidente argentino de facto, Roberto Viola. Lo cierto es que Viola todavía no había asumido esa función. Era integrante de la Junta, jefe del Ejército, pero todavía el presidente era Jorge Rafael Videla. Su asunción se produciría semanas después de la visita de los británicos.
Viola tenía un perfil más político y creía que era conveniente una ligera apertura. En ese plan, e instigado por su hijo -que había sido jugador de fútbol en la Primera B-, se reunió en su casa con Freddie Mercury, Brian May y John Deacon. Roger Taylor, el baterista, faltó a la cita. Hoy a casi cuatro décadas muchos afirman que su ausencia se debió a sus posturas políticas aunque él ni en ese momento ni ahora se haya expedido al respecto.
Los recuerdos de varios de los involucrados -miembros de la banda, personal técnico, manager y hasta el fotógrafo- están impregnados de valoraciones políticas que parecen haber sido urdidas con el paso del tiempo y no representan lo que cabalmente pensaban y sentían en ese momento. De haber sido así, se puede decir que tuvieron una capacidad de disociación única, casi constitutiva de múltiples personalidades. La presencia de personal militar y policial era fuerte. Eso se debía a que la llegada del grupo inglés había desatado una excitación pocas veces vista. Cada movimiento, cada desplazamiento era seguido por cientos o miles de fanáticos. Y nadie quería que sucediera algún disturbio o que los músicos produjeran algún daño.
La vocación represiva de las fuerzas militares argentinas de esos tiempos no necesita ser subrayada ni exagerada. Por ejemplo, el enviado de la revista Rolling Stone estadounidense describe el foso que separa la platea Sur del campo de juego en el Amalfitani como una clave de la dictadura argentina.
Ese exceso interpretativo (la gran mayoría de los estadios argentinos construidos en los cuarenta y cincuenta tiene foso) se combina con datos ciertos, con las imágenes de las fuerzas policiales y militares reprimiendo a quien se acercara a los músicos, liberando violentamente su camino. En los alrededores del hotel Sheraton, en Retiro, los adolescentes montaban guardia para intentar entrar en contacto con sus ídolos.
En Mar del Plata los músicos se alojaron en el Hotel Provincial. Los movimientos de Freddie Mercury estaban acotados. Recluido en su habitación, la mejor del hotel, dejaba pasar el tiempo mirando el movimiento de la Rambla desde la ventana. Así fue como una tarde, ese hábito devino en ruptura amorosa. Su pareja de entonces, Peter Morgan, le ofreció salir de compras por la ciudad. Freddie le explicó que para él sería imposible avanzar diez metros sin quedar sepultado bajo el entusiasmo juvenil. Un par de horas después, el artista vio desde la ventana de su habitación a su pareja hablando con un joven por la Rambla. Los celos fueron inmediatos y la ruptura también, pese a que Morgan negaba haber sido él quien caminaba con otro joven en ese atardecer marplatense.
El recital en La Feliz fue el peor de los cinco. La seguridad fue muy mala, miles de personas ingresaron al estadio sin entradas, la policía montada arremetía contra el público en el mismo campo de juego del Estadio Mundialista. Para continuar con la gira, los músicos exigieron que se ajustara el tema de la seguridad. La condición fue cumplida.
La prensa y el público local quedaron deslumbrados con la performance del cuarteto. La propuesta visual era única, la capacidad vocal e histriónica de Freddie, las destrezas musicales de May, la solvencia de la base rítmica, el impacto de la puesta en escena. Sin embargo, los críticos internacionales seguían tratando al grupo con desdén. El crítico de la Rolling Stone no les otorga más méritos que a una banda de pub. Hasta se burla de su incompetencia. Sólo destaca la entrega en cada show y el entusiasmo del público argentino. Uno de los hechos que más sorprendió al público local, más allá de la sucesión casi perfecta de hits invencibles, fue el despliegue y la atracción magnética de Mercury. Los líderes del rock local eran estáticos, hasta algo pudorosos.
Mientras se prolongaba su estadía en el país, los músicos recibían cada vez más cariño del público. Estaban azorados por la reacción de sus fans ante cada tema, cómo conocían las letras, cómo participaban con entusiasmo y activamente del show. El pico se producía, de manera indefectible, en Bohemian Rapsody y, casi en la contracara de esa obra opulenta y operística: Love of My Life era ejecutada con Freddie al piano y Brian en guitarra. El público cantaba la letra entera, sin pausas. En los registros en video del tema se puede apreciar la mezcla entre sorpresa y alegría de May y Mercury.
Para el último recital del tour en el país, regresaron a la cancha de Vélez. En los bises llegó la sorpresa. Freddie reingresó con la camiseta de la Selección argentina y se dirigió al público en inglés: «Quiero presentarles a un amigo de ustedes: Maradona». Las grabaciones piratas permiten escuchar el rugido de la multitud, hasta se escuchan algunos «Maradooo, Maradooo». Diego con sus rulos apretados y altos subió al escenario con un jogging y una remera azul. El futbolista habló con soltura: «Le quiero agradecer a Freddie y a los Queen por hacerme tan feliz. Y ahora Otro muerde el polvo».
De inmediato, la base rítmica pone en marcha su maquinaria, Deacon y Taylor dan inicio a Another One Bites the Dust, el hit más reciente del grupo. Luego vendrían las famosas fotos en el vestuario. Freddie con la camiseta argentina de un celeste menguado de Diego (en el show utilizó otra), y el 10 con una remera con una gran bandera británica que cubría todo su torso, similar a la que usaba Brian May en algún tramo del concierto. Esa foto, un año después hubiera sido inimaginable. En el momento del recital, aunque hoy parezca irreal, Queen era más conocido mundialmente que Maradona.
El periodista Juan Manuel Cibeira cuenta que en un asado en la casa del productor argentino, Mercury anunció que saldría con la camiseta argentina. Los argentinos presentes trataron de disuadirlo. Les costó explicarle la situación. El rock y el fútbol por aquellos días eran dos mundos que en Argentina no tenían ningún punto de intersección. Para la gente del rock, el fútbol era algo sin brillo, sin valoración alguna. Era grasa. Estaba mal vista cualquier referencia al mismo o la adopción de cualquiera de sus ritos o simbología. Mercury, más acostumbrado al cruce de esas dos pasiones populares por lo que veía en Inglaterra, no escuchó los consejos. Y, de esa manera, produjo uno de los primeros contactos entre el fútbol y el rock en el país, situación que a partir de mediados de los noventa se naturalizó.
Maradona no fue la única celebridad local que estuvo en contacto con Queen. En Youtube circula un video de una entrevista que la actriz China Zorrilla le hace a Freddie Mercury. La actriz uruguaya en perfecto inglés habla sobre las respuestas del cantante, monologa, casi no le hace preguntas y se olvida de la traducción simultánea, así se produce un bizarro diálogo trunco de más de tres minutos en inglés en horario central de la televisión.
Juan Alberto Badía, por su parte, fue quien entrevistó a los músicos para Canal 9, el que transmitió el primer recital en directo para todo el país y para Brasil (hizo picos altísimos de rating). El locutor fue también quien los presentó en el estadio. En las revistas de la época también se puede ver cómo el estilista Miguel Romano cortó el pelo de Mercury antes del último show y cómo en su tiempo libre, Brian May llevó a su familia al Italpark, el parque de juegos de Retiro en el que varias generaciones de porteños pasaron su infancia.
Los cinco recitales de Queen en el país marcaron una época, fueron los pioneros en el arribo de grandes figuras del rock a los estadios argentinos. Iban a pasar muchos años, la convertibilidad y una estructura mucho más global del negocio discográfico para que las estrellas internacionales tomaran al país como una plaza razonable para sus presentaciones.
Fuente :Infobae