La decisión abre una inmensa fisura entre ambos países. Aunque ya exista una divisoria física de casi 1.100 kilómetros, la medida echa por tierra años de estabilidad y buena vecindad. A cambio impone una vuelta al pasado y dinamita los intentos de Enrique Peña Nieto por encauzar las relaciones con el incontenible republicano. Una era de hostilidad ha dado comienzo.
La orden va mucho más allá del problema migratorio. Este apenas existe. O al menos ya no es masivo. Desde hace años el saldo migratorio es negativo y salen más mexicanos de Estados Unidos que los que entran (140.000 más solo en 2014). Pero eso, en el contexto trumpiano, pesa poco. El muro más que una obra, es un símbolo.
Como buen constructor, Trump sabe que la política necesita cemento. Tiene que verse y tocarse. El muro sirve a este fin. Y la andanada no viene sola. Le acompañan la demolición del Tratado de Libre Comercio, las restricciones a la inmigración y la amenaza fiscal para aquellas empresas que busquen abaratar costes en México. Los pilares de su nacionalismo proteccionista. El credo que le ha permitido ganar el voto de las masas blancas empobrecidas.
Lejos de la caricatura con que se suele retratar a Trump, su decisión no es fruto del impulso, sino de la estrategia. «Es una conducta autoritaria y cínica, pero tiene un propósito», señala la experta en Migración y Seguridad Eunice Rendón.
Con el muro, el republicano abre el interrogante sobre las relaciones futuras. Todo está en cuestión y eso le permite avanzar en sus fines, entre ellos, frenar la inversión hacia el vecino y reequilibrar una balanza comercial que en estos momentos es favorable a México (120.000 millones de dólares en 2015). Un golpe que, pese a sus efectos sociales, los mercados estadounidenses llevan meses esperando, como demostró el máximo histórico registrado por el Dow Jones tras anunciarse la orden.
Para México, el muro condensa la peor de las pesadillas. Es la expulsión de la tierra prometida. La entrada en el Tratado de Libre Comercio le abrió las puertas a la modernidad. Las exportaciones a Estados Unidos pasaron de 3.800 millones de dólares en 1994 a 20.000 millones en la actualidad. Un país con fuertes trazas de subdesarrollo ingresó en un área donde se sentía proyectada y con un porvenir.
La reactivación de la divisoria oscurece ese futuro. El tratado se hunde y la frontera se vuelve un muro. Los fantasmas del pasado emergen otra vez. México nunca ha olvidado la anexión territorial de 1846 ni la ocupación estadounidense de Veracruz de 1914. Con el America First, el peor de los rostros de Washington vuelve a vislumbrarse en el horizonte.
“Regresa el paradigma del maltrato al débil, de la amenaza y la persecución. Con Trump hay un rechazo a la vecindad misma. Pero es una medida contra la ley de la gravedad. Un intento de frenar la historia. La integración es irreversible. México es parte de Estados Unidos y a la inversa”, señala el escritor y pensador Héctor Aguilar Camín.
«Aunque sólo se construyan dos metros de muro, harán daño. Pero al final también sufrirá Estados Unidos. La frontera es una región muy integrada y hay ciudades netamente binacionales», indica Rendón.
Pero la jugada no se limita al giro estratégico. En el corto plazo, supone una bomba para Enrique Peña Nieto y arruina su reunión con el presidente estadounidense prevista el martes próximo para revisar el tratado. Al anunciar la construcción del muro e insistir en que lo deberá pagar «de una manera u otra», la Casa Blanca ha humillado públicamente a su vecino.
Lo mismo ocurrió en su visita relámpago a finales de agosto. En aquella cita lo hizo a las pocas horas de haber estrechado la mano de Peña Nieto. En un multitudinario mitin en Phoenix (Arizona), cuando en Los Pinos se pensaba que la partida estaba ganada, el magnate proclamó: “México pagará el muro. Al 100%. Todavía no lo saben, pero pagarán por el muro”.
Ahora la estocada ha sido a priori. Antes de su reunión, ha puesto la pólvora bajo los pies de Peña Nieto. Le ha dejado inerme ante una opinión pública cada vez más enfurecida y ha empequeñecido cualquier avance que pueda obtener de la negociación. Si el presidente mexicano persiste en su visita, le espera el peor de los escenarios posibles.
«Ha anunciado el muro justo cuando el secretario de Exteriores, Luis Videgaray, y el de Economía, Ildefonso Guajardo, llegaban a Washington para iniciar la negociación. Es un insulto e instala un clima de enfrentamiento en la apertura de las conversaciones. Peña Nieto debería cancelar su viaje. México no puede vivir bajo esta amenaza permanente. Es inaceptable», señala el excanciller Jorge Castañeda. En el mismo sentido se expresaron el patriarca de la izquierda mexicana, Cuahtémoc Cárdenas, y la aspirante presidencial del PAN (derecha), Margarita Zavala, y el líder de Morena, Andrés Manuel López Obrador, ahora mismo favorito en las encuestas.
Bajo esta presión, las apelaciones de Peña Nieto a negociar sin “sumisión ni confrontación” no parecen suficientes. En su último año de mandato pleno y con su valoración en mínimos históricos, el presidente mexicano ha entrado de la mano de Trump en territorio desconocido. La economía atraviesa un periodo de fuerte inestabilidad, con pérdida de inversión extranjera, aumento de la inflación y depreciación del peso. La posibilidad de protestas masivas, como ha alertado el servicio de inteligencia estadounidense, es cada vez más próximo. Y en el terreno político, los embates del estadounidense están beneficiando al gran rival del PRI, el izquierdista Andrés Manuel López Obrador.
Por mucho que lo quiera minimizar el Gobierno de Peña Nieto, cualquier movimiento de Trump es ahora mismo política interna mexicana. Y de momento se están cumpliendo las peores expectativas. México está siendo vapuleada y no se ve paz en el horizonte. Una era de inestabilidad ha comenzado.