A Carolina Cerisola la ovacionó hasta Brad Pitt, participó del programa de Ellen DeGeneres, fue novia de Owen Wilson. The New York Times habló de ella. ¿Quién es la bailarina argentina que hipnotiza en Estados Unidos?
Cuando Carolina Cerisola dejó Ramos Mejía y se subió a un avión, no proyectaba una vida mágica a los pies del cartel de Hollywood. Solo pensaba en que no hablaba inglés y en las horas de orfebre dedicadas a la gimnasia artística. La magia la encontró desprevenida, en una cadena de sucesos imposibles que incluye shows con Sting, bailes para Prince, zancadas en el Madison Square Garden y apariciones en el programa de Ellen DeGeneres.
¿Cómo llegó la chica que bailaba en Showcenter de Haedo al Carnegie Hall, y a ser protagonista de un video de Justin Timberlake? ¿Qué quiebre del destino la transportó tímida desde el conurbano hasta volverse esa gacela audaz en el festival Fuji Rock en Japón? ¿Cómo logró compartir la página de una revista (Hollywood Life) con Nicole Kidman?
La morocha que participó de un corto musical dirigida por el mismísimo Heath Ledger no es noticia en sus pagos. Su nombre -curiosamente- no ocupa espacio en los medios rioplatenses: después de protagonizar un reality estadounidense por la señal Bravo (Forty Deuce), de deslumbrar en el Bailando mundial (Superstars of Dance, por la NBC) y hasta de un cameo en un filme del legendario David Lynch (Inland Empire), las revistas del corazón repararon en ella atraídas apenas por un capítulo amoroso: fue novia de Owen Wilson.
De ella se habló en The New York Times. «No muestra más piel que una mujer en la playa, pero gira y mientras se quita el vestido, un par de guantes largos violeta y un sostén rosa, hombres y mujeres gritan por igual». Los Angeles Times también le dedicó sus páginas: «La bailarina argentina campeona mundial de salsa mantiene a los hombres hipnotizados y llorando por más en el club Forty Deuce. Es sexy, pero al mismo tiempo refinada. Tiene mucha clase».
Un llamado y atiende a 6 mil millas, sin acento contaminado por los 20 años de residencia. «Nada me sorprende. La verdad, nunca me imaginé que mi vida iba a ser así, estoy super agradecida, pero no soy cholula. Excepto si veo a Joan Manuel Serrat o Joaquín Sabina», se ríe.
Nacida en 1979, hija de un empleado en una fábrica de volquetes y una ama de casa, su prehistoria con los Estados Unidos está vinculada a sus abuelos maternos, que emigraron en los ’70. Cada verano Carolina pasaba sus vacaciones en Los Ángeles. «No era algo que me gustara, prefería la costa argentina, Villa Gesell junto a mis amigas. Viajar a los Estados Unidos me parecía aburridísimo», admite.
«Me crié en Haedo hasta los diez. En 1990 mis papás se separaron y me mudé a Ramos. Era rebelde y cambiaba de colegio seguido. No hablaba mucho, era tímida. Mi vida era la gimnasia artística en el Club Estudiantil Porteño. Un verano descubrí el baile cuando vi tocar a Las sabrosas zariguellas y eso lo cambió todo».
Aquel verano en Gesell nació una amistad con Noelia, quien la hizo ingresar al mundo de la salsa. Para fines de los noventa comenzó a trabajar en Pizza Banana de Recoleta junto a un bailarín cubano. Fue la antesala al primer gran trabajo como bailarina de José Luis «El Puma» Rodríguez.
«Ay que buena esta la fiesta mamá», «Agárrense de las manos»… Mientras el venezolano del apodo obsequiado por Sandro giraba por Guatemala y los Estados Unidos, Carolina se consolidaba como parte del staff permanente.
«Empecé a trabajar a los 16. Prácticamente me mantengo sola desde esa edad. Pero fue en una gira por Miami, en 1998, que hubo un quiebre», se enciende repasando ese zigzag vertiginoso. «Mi mamá estaba de visita en lo de mis abuelos en Los Ángeles y me llamó para que fuera a visitarlos. Yo era menor de edad todavía y le pedí a mi tía que me llevara a bailar salsa. Ella sacó una identificación falsa para que me dejaran entrar, simulando que tenía 21. Ese día quedé impresionada con el nivel de los bailarines y con una propuesta. Vino un señor y me dijo: ‘Estamos filmando un video de Marc Anthony. ¿Podrías venir mañana?'».
Sting, Brad Pitt, Mick Jagger, Cameron DiazLas puertas parecían abrirse con tanta facilidad en la ciudad californiana que Carolina volvió a la Argentina sólo para avisarle a su novio que se mudaba a Los Ángeles. Así, comenzó su periplo salsero junto al mexicano Johnny Vazquez, «El príncipe de la salsa». Pasó un año de gira por Europa, logró una victoria en pareja en la competencia mundial de salsa y sobrevino la separación artística del dúo en 2001.
Buscando trabajo otra vez como bailarina se conformó con ser Go-Go Dancer (la chica que bailaba sobre un bafle) hasta que audicionó para el boliche Deep y conoció al actor que sería clave en un nuevo cambio de rumbo, Ivan Kane, creador del Forty Deuce, un concepto de bar/disco con temática de burlesque. El burlesque se asocia al teatro de variedades y combina las influencias del cabaret, el music hall y el vodevil, erotismo puro. En ese terreno, Carolina comenzó a contonearse entre plumas, brillos y los ojos de media farándula hollywoodense hechizada por ese circuito.
«Para 2001, cuando abre el Forty Deuce con un trío de jazz que viste de smoking y bailarinas exuberantes, el lugar explota de gente. Lo mío era más instintivo. Yo, de barrio, combinaba un poco lo que sabía de gimnasia artística y de salsa. Salía al escenario y tenía a metros a Brad Pitt, Mick Jagger, Cameron Diaz, Sting y Fiona Apple. Era natural», relata.
En 2003, Jimmy Kimmel, el archifamoso conductor del talkshow Jimmy Kimmel Live! la presentó en su programa, al grito de «Ca-ro-leee-naaaa», mientras sus largas piernas dibujaban el estudio televisivo. En simultáneo llegó el video del tema Señorita, seduciendo a Justin Timberlake, y una publicidad de Guess, un juego de striptease que terminaba con Carolina calzándose un jean perfecto.
-¿Cómo llegás a bailar en los shows de Sting?
-Me contactó su agente cuando me vieron en Forty Deuce. Él estaba con las giras de Sacred Love y me llaman, en principio, para grabar un video que se iba a exhibir en las pantallas. Pero unos días antes del show su agente me dijo que era una buena idea bailar también en vivo. Lo acompañé en Los Ángeles, en el Madison, en Seattle, en Alemania. Un día su mujer me invitó al cumpleaños de él y empecé a conocer a su familia. Terminé como mejor amiga de su hija Kate, me fui de vacaciones con ellos a Italia y a Nueva York.
La travesía hasta Prince se dio cuando él descubrió su compañía de baile (The Floor) y la invitó para actuar en una fiesta privada en su casa. Para Carolina no se trata de un cuento de hadas. «Siento que estuve en el lugar justo, en el momento indicado. O que tomé decisiones. ¿Qué me esperaba en la Argentina, qué podía hacer, mostrar la cola en la tele? Yo era amante de la gimnasia artística, competía, pero eso también implicaba dietas y sentirme que no era libre. Venía de escuchar rock, Charly García, y la salsa me abrió los ojos. Después, el burlesque me mostró un camino. Suele confundirse con el Striptease, pero no. Puede ser fino o chabacano. Yo elegí lo primero».
Una Pyme en HollywoodLa TV hizo zoom en ese fenómeno del Forty Deuce en 2005, con el reality cuya cámara seguía los pasos de Carolina y compañía. Dos años después, agotada, solo con 10 días de vacaciones al año, abandonó ese trabajo. Su cabeza era una centrifugadora de preguntas. «Me decía, ¿qué voy a hacer de mi vida? No quiero trabajar para alguien, todo se vuelve aburrido, físicamente es demasiado. Dejaba el alma en el escenario. Pero me encontré entonces con Sascha Escandon, mi actual socia». La empresa propia estaba a punto de concretarse.
«Sasha era empleada de MTV, ex bailarina, estadounidense que había vivido en la Argentina. Las dos teníamos ganas de no tener jefes. Le comenté el deseo de armar mi propia compañía y nos hicimos amigas. Nos fuimos a vivir juntas y en 2008 empezamos con el sueño de Floor productions».
Los primeros seis meses todo fue «research, investigación, trabajo de campo, salidas a shows de flamenco, tap, salsa». Cuenta Carolina que «la primera idea fue The Floor Improv Night, una noche de improvisación entre músicos y bailarines de todos los géneros que se unen para crear colaboraciones en el momento». Contrataron a cuatro músicos, les pidieron «nada de covers, sonido de jazz, swing, funk, tango». La prueba piloto fue «un tornado».
Los shows se trasladaron de lo doméstico al King King, en Hollywood, y luego a donde necesitaran de sus servicios. La prosperidad hizo que el dúo de socias fuera destacado en revistas como Voyage bajo el sello de «emprendedoras ejemplares».
El éxito impulsó a Carolina y su amiga a fundar también The Open Floor Society, una organización sin fines de lucro que ayuda a jóvenes a fomentar el «empoderamiento a través del movimiento, la danza y la música».
Emparentada inevitablemente con «la carne, el tango y Maradona»- no se encargó de promocionar su currículum hollywoodense en el país en el que nació y se formó. Será por eso que compatriotas como Marcelo Tinelli la ignoran para sus productos. Ella presiente que algún día pegará la vuelta con un proyecto artístico. «Intentamos ofrecer el show de burlesque al Faena, pero la oferta no prosperó», admite la mujer que mantiene la conexión argentina. Su rito esencial: toma mate cada día con su marido italiano, Saverio, y el hijo trilingue de ambos, Luciano.
Un amor inolvidable: Owen
«Tras el intento de suicidio, nos complace saber que el encantador Owen Wilson está volviendo a encarrilar su vida. La estrella fue fotografiada durante un reciente viaje a la playa con su ex novia». La revista Cosmopolitan fue una de las tantas que hizo rodar el apellido Cerisola por el mundo. «Carolina ayudó a poner de nuevo una sonrisa en el rostro del actor», aseguraban los paparazzi.
Pese al marketing que esa relación podía generar, ella prefirió el camino del bajo perfil. Apenas algunas explicaciones sobre cómo nació ese noviazgo en 2003 (y hasta 2005). «Lo conocí en la calle, mientras caminaba y él estaba en un descanso de la filmación de la película Starsky y Hutch. Nos pusimos a hablar y me pidió mi numero».
Ahora, casada con el productor musical italiano Saverio Principini, mira aquel viejo romance con cierta ternura. «Siempre fui muy tímida a pesar de lo que hago y por entonces no podía comunicarme 100% porque no hablaba bien el inglés. Esa relación me ayudó a perfeccionar el idioma», sonríe. «Quedamos como amigos para toda la vida. Hablamos en los momentos difíciles».
Con quien mantuvo una amistad fue con Heath Ledger. El recordado actor de Secreto en la montaña (fallecido en 2008) la convocó en 2005 para bailar en el primer videoclip que iba a dirigir su amigo, en Australia. Aquel trabajo la hizo viajar a Oceanía por 15 días. A esa altura ya había pasado media decena de veces por el show de Jimmy Kimmel, con niveles de audiencia descomunales.
Siete tatuajes sobresalen por distintos rincones del cuerpo de Carolina cuando baila. Un símbolo de un primer novio argentino, plumas, flechas, la frase «otro hermoso día». Tal vez los más significativos tienen que ver con la advertencia «made in Argentina» en el pie, con el poema de Machado «caminante no hay camino, se hace camino al andar» (en alusión a su admiración por Serrat) y uno que la conecta inmediatamente con Haedo: la letra de su padre, con el mensaje «te adoro».
«Ahora que estoy más grande pienso mucho en hasta cuándo puedo seguir bailando. Pero me doy cuenta de que si dejo de bailar pierdo la luz, la alegría. Será hasta que el cuerpo aguante», deduce «Miss Burlesque», que en 2020 estuvo a punto de abordar el avión de regreso a su país para reencontrarse unos días con parte de su familia, pero el coronavirus frenó el operativo nostalgia.
En el aeropuerto de L.A leyó la noticia sobre el aislamiento preventivo y obligatorio y con los pasajes en mano pegó la vuelta a su casa de Los Ángeles. No se angustió. Hizo el ejercicio con el que acostumbra a ir por la vida: una pregunta y entregarse a la respuesta del universo. «What’s Next?».