Estas son las malas nuevas para quien fuera el todo poderoso capo de la AFIP.
En ambos casos está procesado. En el primero por violación de secreto fiscal, por mentir, por abuso de autoridad y por violación de los deberes de funcionarios público. Inventó y difundió que el entonces diputado Prat-Gay tenía una asociación ilícita fiscal, una cuenta en Suiza y que era el articulador de las maniobras evasivas de Amalia Lacroze de Fortabat.
Todo falso. Todo con el único objetivo de perseguir opositores al gobierno de Cristina. La investigación tiene suficientes pruebas y evidencias y por eso ahora va directo al banquillo de los acusados.
Lo de Pollicita tiene que ver con la escandalosa causa por el robo al estado de 8.000 millones de pesos de impuestos a los combustibles que no pagó Cristóbal López con su empresa Oil y que Echegaray ayudó a ocultar. La Justicia dirá si fue socio, cómplice o partícipe necesario del negociado corrupto. El pedido de embargo es multimillonario pero involucra más a Cristóbal y su socio, Fabián de Souza. En total es por 70 inmuebles, 1.266 vehículos, maquinarias, 4 barcos y 5 aviones. Verdaderos magnates.
Está claro que Echegaray le ocultó a la justicia las deudas impositivas que Lázaro tenía exactamente por 1.754 millones de pesos. El objetivo fue ayudarlo a zafar de una causa por evasión agravada que tenía. ¿Se entiende todos los delitos que se cometieron en un solo acto? Echegaray escondió los datos que hubieran condenado a Báez. Y sin embargo lo sobreseyeron. Esto se conoció gracias a un informe que la actual agencia recaudadora le hizo al juez Sebastián Casanello que investiga a Báez por lavado de dinero.
Pero esto no es todo.
En el caso Ciccone, la causa estrella de Boudou y su banda, el jefe de la AFIP de aquel momento también tuvo un rol clave. El arrepentido Alejandro Vandenbroele confirmó en Tribunales lo que los periodistas de investigación ya habían revelado. Que Echegaray otorgó, a pedido de Boudou, un plan especial para levantar la quiebra de Ciccone.
Echegaray también está procesado por la contratación irregular del servicio de limpieza para todo el edificio de la AFIP. Coimas y sobreprecios dice la justicia y, por eso, también lo embargó en 15 millones de pesos.
Tal vez por eso otro delincuente -pero más marginal- como Leonardo Fariña definió a Echegaray como «un extorsionador serial». Aunque parezca mentira, y producto de nuestras burocracias tan temidas, Ricardo Echegaray sigue cobrando su sueldo de la AFIP y está en comisión en el Congreso de la Nación.
En todos los casos emblemáticos está Echegaray. Por eso está en la mira.
En el complejo tema de la empresa OCA, Echegaray también tiene que explicar cómo hizo Patricio Farcuh, el presunto dueño y/o socio de Hugo Moyano, para tener una deuda de 3.400 millones de pesos con la AFIP mientras que cualquier mortal es poco menos que colgado del obelisco si se atrasa un mes con el monotributo.
El muy caradura tuvo que renunciar a la Auditoría General de la Nación, a donde lo había mandado Cristina para comprar impunidad. Era una mojada de oreja a todos los ciudadanos decentes que semejante personaje fuera el encargado de bregar por la honradez y la transparencia de los funcionarios. Se lo digo con más claridad todavía. No se puede poner al lobo a cuidar el gallinero.
En aquel momento, el justicialismo le sacó la escalera y lo dejó colgado del pincel. Le habían soltado la mano. Eran tantas las acusaciones y las sospechas que ya no podían protegerlo más. En ese momento Echegaray comenzó a resbalar y en estos días se está por caer en el agujero negro.
Echegaray ha sido claramente una suerte de jefe del encubrimiento de la asociación ilícita que integró la familia Kirchner. Ese es el rol que tuvo que jugar Echegaray. Cada uno atiende su juego. La AFIP fue utilizada como un instrumento de castigo y hostigamiento a políticos disidentes y periodistas opositores pero, fundamentalmente, como una coraza protectora que blindaba de impunidad a los malandras de estado. Echegaray fue el responsable de hacer eficiente para el mal a la AFIP. Fue el jefe de los encubridores. El que daba garantía y certificado de impunidad. Para decirlo en criollo: el que les decía «roben tranquilos muchachos que papá los protege».
Es la pieza clave que permitió que la ruta del dinero K evadiera por los menos 830 millones de pesos en facturas truchas que luego eran lavadas en La Rosadita y otras entidades al servicio de la banda de kirchneristas enriquecidos a la velocidad de la luz.
El valijero arrepentido Leonardo Fariña denunció que por cada factura trucha que Echegaray dejaba pasar, se llevaba el 15% de coima. Hasta el narco Ibar Pérez Corradi apuntó a Echegaray. Estaba todo tarifado.
Al que más protegió Echegaray, con excepción de la familia K, fue a Lázaro. Pero batió todos los récords de perversidad. Ricardo Echegaray, el ángel protector de los demonios K, hizo una locura para blindar a Lázaro. Escuche bien: cerró la oficina de la AFIP en Bahía Blanca, 49 trabajadores cesaron en sus funciones y Bahía Blanca pasó a depender de Mar del Plata. Eso se llama borrar huellas y no macanas. Pregunta incisiva: ¿alguien cree que Ricardo Echegaray se hubiera atrevido a cometer semejante delito sin la orden de Cristina? Segunda pregunta incisiva: si Echegaray tiene las manos tan manchadas, ¿se imagina la mugre de Lázaro? ¿O la de Cristina? ¿Qué recibió a cambio? ¿Dólares, euros, poder, impunidad?
Insisto: se le vino la noche a Echegaray.
Hoy está en problemas. Puede defenderse porque es abogado especialista en derecho tributario y fue guardamarina en el Liceo Naval Militar Capitán Moyano antes de incorporarse a UPAU, la fuerza universitaria que tributaba a la UCeDé, el partido de Álvaro y María Julia Alsogaray. En Santa Cruz se hizo amigo de Rudy Ulloa Igor y eso lo catapultó a la Aduana de Rio Gallegos en tiempos de Kirchner. Hoy está frente a un precipicio. Llegó el final de su juego perverso. Too much, diría Cristina.
Y game over también.
Editorial del periodista Alfredo Leuco en su programa «Le doy mi palabra» de Radio Mitre