A menos de un mes del final del ciclo lectivo, solo volvió a las aulas el 1,1% de los alumnos. En contraste, en plena segunda ola de contagios y con el regreso de medidas de confinamiento, los países europeos mantuvieron abiertas las puertas de los establecimientos educativos.
Si bien en un principio se creía que los chicos -a pesar de ser la población de menos riesgo- podían convertirse en “supercontagiadores” y diseminar el coronavirus con mayor potencia, la ciencia demostró todo lo contrario: el contagio en los niños sería más infrecuente que en los adultos.
Y, a diferencia de lo que sostiene el Ministerio de Educación argentino -que la vuelta a las aulas de todos los niveles podría disparar la curva de casos-, distintos estudios confirmaron que las experiencias de apertura escolar no se correlacionan con un aumento de infectados y que la transmisión del virus es más probable en las casas que en las escuelas.
Contra toda evidencia, la cartera de Educación en Argentina, atrincherada en las primeras hipótesis acerca del coronavirus, no ha promovido el regreso a las aulas ni siquiera en distritos con baja o nula circulación del virus, ha frenado lo más posible los protocolos de vuelta a la presencialidad presentados por la Ciudad de Buenos Aires, se ha alineado con la intransigencia de los sindicatos desoyendo los reclamos del resto de la comunidad -incluidos docentes que no se sienten representados por la posición gremial-, y ni siquiera ha convocado a un diálogo amplio a los distintos actores del sistema para elaborar soluciones alternativas.
La experiencia de otros países tampoco parece haber movido a la reflexión a las autoridades educativas. De hecho, en plena segunda ola de la pandemia en Europa -donde las cifras de contagiados baten récords y varios países implementaron confinamientos más estrictos- los niños siguen concurriendo a los establecimientos educativos con barbijos, alcohol en gel y respetando el distanciamiento social con sus maestros y compañeros.
Trascurridas las primeras semanas de la vuelta a clases en España, por ejemplo, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, reconoció que el porcentaje de casos de COVID-19 en los colegios es “mucho menor que en otros ámbitos sociales”. Y la secretaria de Estado de Sanidad, Silvia Calzón, confirmó que en Madrid solo un centro educativo tuvo que cerrar por completo.
La ministra de Educación, Isabel Celaá, también brindó datos significativos: solo hubo que cerrar el 1,3% de las aulas por los contagios. Entre todos los datos acumulados desde el inicio de la pandemia, los centros educativos sólo suponen el 4,6 por 100 de los casos de contagio.
En el resto del mundo, en países como Australia, Holanda, Alemania y el Reino Unido, la situación epidemiológica no parece muy diferente y todo hace pensar que, definitivamente, los colegios y universidades no son un foco preocupante de transmisión de la pandemia.
La realidad en Argentina
En nuestro país, la vuelta a las aulas se produjo recién el 13 de octubre, y de modo muy limitado, con burbujas de 10 alumnos y de manera selectiva (los que cursan quinto año de las escuelas medias, sexto de las técnicas, séptimo grado de las primarias y aquellos que perdieron el contacto con la escuela, tanto en Provincia como en Ciudad de Buenos Aires). Por lo tanto, el 2020 será un año perdido para el grueso del alumnado ya que desde el gobierno nacional no dan señales de querer revertir la situación.
Tampoco se han mostrado receptivos a los reclamos de la comunidad. No solo los padres se manifestaron a favor de la vuelta de las clases presenciales; también lo hicieron los propios docentes -muchas veces señalados como contrarios a la apertura por la posición de los gremios-, que expresaron la necesidad de recuperar el vínculo presencial con sus alumnos.
“Hay que volver a la escuela”, fue el título de una carta viralizada por 500 docentes que elevaron su voz para apoyar las quejas de las familias que en reiteradas ocasiones se manifestaron frente al Ministerio de Educación. “La opinión científica recomienda abrir las escuelas, la experiencia en el mundo indica que hacerlo no provoca un aumento sensible en la propagación del covid-19”, señalan. Y recordaron que muchos chicos no han podido conectarse de modo virtual, quedando totalmente fuera del sistema.
Los educadores que firmaron el texto aclararon también que no se sienten representados por las posturas de los sindicatos docentes que no quieren clases presenciales mientras no haya una vacuna. “Todos debemos tener en claro que con las escuelas cerradas los chicos pierden, y si pierden los chicos, perdemos todos porque perdemos el futuro”, coincidieron.
De esta manera, se diferenciaron de los gremios docentes, con Ctera a la cabeza, que hasta ahora se han mantenido intransigentes: clases a distancia o nada, hasta que haya una vacuna.
El ministro de Educación nacional, Nicolás Trotta, también se mostró alineado a esa postura desde que la Ciudad de Buenos Aires esbozó una primera propuesta de retorno enfocada en los chicos que habían perdido vínculo con la escuela. A fines de agosto, Trotta rechazó el primer protocolo de reapertura de escuelas presentado por la administración porteña. En septiembre, volvió a frenar una propuesta de vuelta a las aulas en la Capital. Así, con trasfondo de sorda batalla entre Nación y Ciudad, se perdieron varias semanas más para el regreso a las aulas porteñas, que finalmente ocurrió el 13 de octubre.
“Si bien las escuelas dependen de las provincias, hubo una clara decisión nacional de retrasar toda voluntad de apertura. Se consideró al país como una única región homogénea y se decidió cerrar todas las escuelas, cuando las realidades fueron diversas y cambiantes”, había señalado a Infobae Mónica Marquina coordinadora de la Comisión de Educación de la Fundación Alem, el think tank de la UCR.
“Faltó un plan, sin dudas. Se subestimó el impacto de la pérdida educativa cuando en el mundo ya había evidencias de la necesidad de que la educación fuese una de las primeras actividades que comenzaran a funcionar porque involucra derechos y el impacto del cierre prolongado deja efectos graves, muy difíciles de remontar”, agregó.
En estos ocho meses de cuarentena, el ministro de Educación, Nicolás Trotta, se aferró al argumento de que la prioridad era la salud, incluso ante la evidencia del bajo riesgo sanitario de la reapertura de las aulas.
Escudados en el mismo argumento, la mayoría de los distritos ni siquiera se plantea volver a las aulas antes de fin de año.
Mientras en Capital y Provincia la vuelta del resto de los alumnos se retrasa más de lo esperado y los chicos que sí lo hicieron solo realizan actividades de socialización en el colegio, resulta incomprensible que hasta ahora desde Educación no se haya convocado a una mesa de trabajo para consensuar cuándo y cómo abrir las escuelas en 2021, como sugieren los especialistas.
Desde marzo, el denominador común fue la pérdida de tiempo. El protocolo llegó recién en julio. Los indicadores sanitarios que definen qué provincias están en condiciones de volver se aprobaron en octubre. La burocracia educativa se hizo patente en un momento excepcional que exigía respuestas rápidas. Tampoco se aprovechó el tiempo sin clases presenciales para acondicionar las escuelas, ponerlas a punto o capacitar a los docentes en la nueva normalidad. La planificación empezó recién en el momento en que se fijaron fechas de retorno.
“La vuelta a clases no es un proceso sencillo ni para la Argentina ni para el mundo. Pero fuimos claros en la reunión con el Consejo Federal de Educación; los pasos que estamos dando son muy importantes para un aprendizaje social de cara al ciclo 2021”, se justificó el ministro Trotta cuando los principales países europeos ya abrieron las puertas de sus establecimientos educativos y se adaptaron a la nueva normalidad.
“En Argentina nos apuramos en ir a un corte total de entrada cuando el virus apenas circulaba en el país. Tendríamos que haber reducido la frecuencia de la presencialidad. Que los chicos fuesen algunos días y otros no. Ahora ya parece muy difícil volver. Y hay un ciclo lectivo entero adentro, estamos entregando un año. Yo creo que está mal. Si vos ves el mapa, hay un montón de zonas que están en blanco, sin circulación del virus. Se están tomando decisiones con demasiada centralidad”, dijo a Infobae Gustavo Iaies, director del Centro de Estudios en Políticas Públicas (CEPP).
Para Iaies resulta inexplicable que, mientras muchas de las actividades ya retomaron su normalidad, la educación presencial aún no lo haya hecho: “Hablás con supervisores de distintas partes del país y ya tienen casi todo abierto, restaurantes, clubes. No se entiende por qué las escuelas no están funcionando. Hace falta un poquito más de presión. Los pibes necesitan que volvamos. Es insostenible que siga todo cerrado hasta que encontremos la vacuna”.
Incluso cuestionó la centralización de las decisiones de política educativa. “En cada municipio la situación es distinta, hay un montón de zonas donde el virus nunca estuvo. No puede ser que ahí sigan sin clases”, ejemplificó.
A pesar de que Trotta admite que “la pandemia va a implicar un enorme desafío porque las aulas van a ser más heterogéneas y más desiguales en todos los niveles sociales”, aún no hay certidumbre acerca de cómo será el año lectivo 2021.
“La palabra que mejor describe estos ocho meses no es pandemia, ni cuarentena, ni educación a distancia, sino fracaso. Los actores de la política educativa, sin plan B y dando la espalda a los recursos que la época ofrece, se escudaron cobardemente detrás de decretos inoportunos, protocolos mal redactados y resoluciones disfuncionales, dejando a docentes, padres y alumnos librados a su suerte. La inacción fue la nota dominante de los administradores del sistema educativo durante este período”, definió Juan María Segura, consultor en gestión educativa.
Al día de hoy, lo único concreto es que tan solo el 1,1% de los alumnos recuperó la presencialidad. Queda sólo un mes para el cierre del ciclo lectivo y ya se empieza a escuchar una sentencia derrotista: “Ahora ya no tiene sentido”.
Fuente: Infobae