Trabajar en pandemia, estudiar en pandemia, criar hijos en pandemia, enseñar en pandemia, convivir en pandemia, sobrevivir en pandemia, todo en pandemia es complejo, y un acto de heroísmo.
Sin distinción de edad, sexo, o condición social, tuvimos que hacer uso de herramientas internas, buscarlas, inventarlas, gestionar una y mil veces nuestras emociones y nuestro tiempo, que por momentos era eterno, y por momentos desaparecía como agua entre las manos.
Pero más intenso es todavía cuando estamos atravesando esas etapas de la vida que significan un quiebre, un cambio trascendental, como puede ser el paso a la “adultez”.
Estos momentos clave en la vida de una persona reclaman un ritual, una tradición, piden no ser olvidados. Darle un lugar a las emociones que traen consigo esos hitos nos brinda un colchón para amortiguar la ansiedad del futuro incierto. Nos provocan el beneficio y la tranquilidad de que estamos listos para lo que sigue.
Por eso celebro todos los actos que se podrán realizar en las diferentes escuelas, respetando los protocolos vigentes. Los estudiantes necesitan más que nunca espacios compartidos, que les permitan asociarse con otros para expresar el duelo de la etapa que se va, y recibir con alegría lo que viene.
Lo que verdaderamente nos dejó el año es la posibilidad de transformar la frustración de todo aquello que no pudo ser, en fortaleza para afrontar un nuevo camino. Nadie será el mismo después de esta experiencia, y como dice una canción de Residente “Pronto saldremos, a dejar nuestras huellas en el suelo, sobre las nubes de nieve, bajo lagos de cielo…..quizás en realidad, ahora es cuando todo empieza, ¿quién sabe? “.
Por.: María Soledad Crognale
Lic. en Ciencia Política
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