Lo social se transforma en amenazante y uno, que había aprendido a pedir ayuda, debe alejarse. Ante la pregunta ‘¿qué pasará con todo?’, surgen las buenas noticias.
Nacemos con total vulnerabilidad : si no habría un otro, moriríamos. Somos los únicos seres vivos que nacemos indefensos y dependientes. Es más: de esa total dependencia, solo desde ahí, se construirá la independencia de nuestra vida. Lo primero que nos contacta con nuestros padres es el reclamo traducido en llanto, la sonrisa social como respuesta a la mirada. Nos necesitamos desde que nacemos y aprendimos a tener que saber vivir solos. La angustia de separación nos recorre en todo nuestro desarrollo vital y solo se calma con la aparición del otro que tiene que tener una gran carga afectiva. No es cualquier otro.
Pero llega un día que aparece una amenaza. El coronavirus es social: el otro podría ser el que te contagiara o te llevara a la muerte. Entonces, el aislamiento surge como medida social, es real y necesario. Ese otro, que de acuerdo a las pautas de crianza, a las costumbres (mucho más las argentinas) era el que te acompañaba, el que te protegía de la soledad, el que era la excusa para encontrarnos, es ahora el potencial que te puede producir daño.
ntonces, comienza a despertarse la paranoia, la necesidad. Como en Alicia en el país de las maravillas, la reina busca que ruede una cabeza, que alguien sea el culpable del mal. Aparece la xenofobia y, con ella, la discriminación. Aparece el miedo al otro como portador del mal y la casa de uno se transforma en el único lugar seguro.
La amenaza está afuera
Ya casi dudás hasta del aire que entra por la ventana, las notificaciones del mal se agigantan y la amenaza corre riesgo de paralizarte. Es que en cualquier momento, ¿tampoco podré salir de mi cuarto?, ¿Por dónde entrará? Nos cubrimos de angustias, el miedo es el conductor, las ansiedades se elevan, el estrés negativo paraliza y no nos deja que nos ocupemos bien de la situación.
Lo que ocurrió es que el yo se sintió amenazado, lo social se transforma en amenazante, y uno que había aprendido a pedir ayuda, a solicitar abrazos, a querer conversar con todos, a que los vecinos sean nuestra familia, a reunirnos ya casi sin excusas, hoy ya todo en tiempos de coronavirus, aparece que debe recortarse, dejarse, alejarse y uno se pregunta que pasará con todo lo aprendido. Es aquí donde hay buenas noticias.
El problema no es solo hoy. El problema es que se instale el miedo al afuera, a lo social, por eso debemos construirnos en formato diferente. Quizás, la mejor campaña sea «no estás solo, estamos todos en la misma». No importa cómo vino el virus, eso es para los científicos. Lo importante es que está y que demanda de nosotros un cambio de cultura, un cambio existencial. Hay que saber aprovecharlo porque en ésta, tenemos muchas más oportunidades de las que nos imaginamos: será nuestra salida.
El mal no es para siempre
Seguro que la naturaleza estará más contenta porque contaminaremos menos. Se necesitaba respirar más y ahora lo haremos mejor, sin smog. Los árboles dejaron de ser talados y esto traerá buenas nuevas. Los padres verán más tiempo a sus hijos pequeños. Ni en las vacaciones lo hacían. Comenzó algo maravilloso: la gente comenzó a extrañarse. Si bien el temor está afuera y la casa es el refugio, los abrazos quedaron afuera y eso se siente. La gente empezó a valorar estar sana. Hasta hace poco, nadie se detenía en esto, solo quedaba en frases de autoayuda. Las reuniones que a fin de año nos pesaron hoy se transforman en la lista que haré de pendientes para hacer cuando esto termine.
Seguro tu casa es lo seguro. De ésta, salimos entre todos. Nadie se podrá salvar solo. Es más si no pienso en lo mucho que debo hacer por los demás, nadie pensará en nosotros. El que no está para los otros, se siente solo, Juntemos ganas para el día en que nos encontremos nuevamente para abrazarnos, besarnos, sentirnos.
Recordá no estás solo. Somos todos en ésta.
(*) La doctora Gabriela Renault es decana de la Facultad de Psicología y Psicopedagogía de la USAL