A pesar del mal manejo o a lo raro que fue la venta de la Figuritas del Mundial 2022, finalmente y cuando ya expiró el certamen, comenzaron a aparecer en la venta de forma continua y el fenómeno del coleccionismo se hizo carne con el álbum de dicho mundial. Saladillo no fue la excepción y por estos días se puede observar en las redes publicaciones sobre el “cambio” de las mismas para poder llenar el álbum. Lo mejor de todo y lo que resaltamos, a diferencia de la “play” o los juegos en el celular es que el proceso de colección puede significar un espacio de interacción entre niños y sus adultos responsables (llámese padres, abuelos o tíos). Todo nene o nena que coleccione figuritas u otra cosa necesita de un adulto proveedor que le compre o le dé plata para que pueda comprar o acompañe a cambiar por alguna repetida. Las figuritas u otro tipo de colección, pueden ser un espacio para articular experiencias y construir sentidos entre padres, madres y sus hijos o nietos.
Una investigadora del Conicet analiza el fenómeno en torno al álbum del Mundial de Fútbol. El coleccionismo, el afán por el “álbum completo” y la socialización, algunas claves.
Cada cuatro años, con la llegada del Mundial de Fútbol, el ritual se recicla y arranca de cero: cientos de miles de niños, jóvenes y adultos se lanzan a la aventura de llenar, figurita tras figurita y jugador tras jugador, el famoso álbum. Un camino con horizontes económicos, claro, pero, también, como un fuerte espacio de socialización e interacción intergeneracional. Pero, ¿qué sucede cuando de una empresa depende la ilusión de tanta gente?
Carolina Duek, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Conicet, explicó a la Agencia CTyS-UNLaM, que este es un momento de mucha demanda y un enorme interés.
Especialista en estudios en torno a juguetes, consolas y los juegos contemporáneos, Duek consideró que, si bien en el anterior Mundial ya había un desarrollo muy fuerte de las redes sociales, la gran diferencia es la visibilización de los consumos adultos.
“Claramente no se trata de un fenómeno nuevo, ya hay un montón de espacios de coleccionismo en muchos lugares del país sostenidos por adultos. Pero ahora pareciera que se visibiliza mucho más. En este sentido, también se ven miradas estereotipadas respecto a adultos que junten figuritas. Pero tienen que ver con los mismos prejuicios que se proyectan, por ejemplo, sobre los juegos en los adultos, que, de a poco, se van desarmando”, analiza la investigadora, con sede de trabajo en el Instituto de Investigación Gino Germani (UBA).
Para la investigadora, ese afán por la búsqueda de la “colección completa” no es nuevo, sino que existe desde hace muchísimos años.
“Está esa idea de buscar un repertorio finito de objetos que, en sí mismo, constituye una totalidad. Lo que pasa es que esa finitud de la colección permite un punto de relevo: ‘lo llené’, ‘no lo llené’. Hablamos de un coleccionismo pero que tal vez no es distintivo ni único, como puede pasar, por ejemplo, con colecciones de arte. La figurita de Messi podrá ser difícil de conseguir, pero lo cierto es que se imprimen millones”, analizó.
En esa aventura y recorrido aparecen, para la científica, aspectos culturales, económicos y tecnológicos. “Hay que tener en cuenta que las figuritas son intrínsecamente sociales, está el intercambio social como horizonte. Porque, independientemente de la cantidad de paquetes que se compren, en algún punto necesitas del ‘cambiar’ para llenar el álbum”, ejemplificó la doctora.
Además, para la investigadora, el proceso de colección puede significar un espacio de interacción entre niños y sus adultos responsables. “Por un lado, todo nene o nena que coleccione figuritas u otra cosa necesita de un adulto proveedor que le compre o le dé plata para que pueda comprar. Y, al igual que con muchos juegos electrónicos, como la Play Station u otros similares, las figuritas pueden ser un espacio para articular experiencias y construir sentidos entre padres, madres y sus hijos”, remarcó.