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«Que se vayan todos», pidió la cancha de Boca. Y todos es todos. Incluido Riquelme, el máximo responsable de este DT, de este plantel, de esta vergüenza.
¿Realmente alguien puede sentirse sorprendido de lo que pasó? ¿Alguien no lo vio venir? Por fanatismo, por ceguera, por fingir demencia, muchos decían que el olor a mierda era en realidad a flores silvestres. Muchas, pero muchas veces se advirtió desde este mismo lugar lo que sucedía y quedó en evidencia en esta noche húmeda de sudor y de lágrimas. Las imágenes se cruzan y es increíble que en un solo partido Boca sea capaz de generar tanto. Menos fútbol, de todo. Pero de todo. El cabezazo al travesaño de Milton, el insólito gol errado por Cavani, el inesperado cambio de arquero que no queda claro desde dónde partió, el penal más caliente en los pies del menos preparado para patearlo, las declaraciones del técnico que salpican con lava el orgullo del hincha, el veredicto definitivo de una Bombonera cansada de los fracasos que quiere que se vayan todos.
No hay apuro, muchachos. No hay apuro en echar a Gago ni en pedirle la renuncia. Total, ¿qué más puede perder? Estamos condenados a otro año en el exilio, segundo seguido sin Libertadores, y el suyo es un ciclo terminado, no importa cuándo se vaya. Ya está, se acabó. Algunos ilusos sugerían echarlo después de que nos clasificara, no se dieron cuenta a tiempo de que Gago pierde todo lo que se pueda perder, y lo anunciamos acá mismo antes de que lo contrataran. Basta repasar su historia. Fernando en ese tipo que va caminando por la calle y una nube le llueve encima a él solito. Se le secan los cactus. Se le hacen veganas las plantas carnívoras. Es todo un caso. Esto de perder por penales lo hemos gozado desde el otro lado, cuando estaba en Racing: le ganamos una definición mano a mano y un campeonato porque no fue capaz de elegir al pateador adecuado.