Ir solos al colegio, salir a almorzar con los compañeros de clase o hacer algún mandado en el barrio son las primeras experiencias de autonomía de los chicos que transitan el paso de la primaria a la secundaria. Especialistas en adolescencia aconsejan a los padres enseñarles sin inhabilitar sus capacidades, explicarles los riesgos y las medidas de seguridad que deben tomar, sin que los temores se vuelvan un obstáculo
Por Graciela Gioberchio
Pilar y una compañera, ambas de 13 años, viajan en subte hasta el colegio donde este año empezaron la secundaria. Romina (12) va sola a comprar a la panadería del barrio, a cuatro cuadras de su casa. Lautaro (14) toma el colectivo que lo lleva al cine donde se encuentra con sus amigos para mirar una película y después merendar en el patio de comidas.
El trajín de «llevarlos y traerlos» de todas partes muta al trabajo de estar pendiente del «ya salí» y «llegué bien». En el pasaje entre la primaria y la secundaria, los padres se enfrentan al reto de soltar de a poco la mano de sus hijos adolescentes. El inicio del camino de la autonomía de los chicos ocurre en una de las etapas más complejas de la vida: el tiempo en el que se construye la personalidad y comienza un período de cambios biológicos, psicológicos, sociales y culturales.
«Malena tiene 13 años y empezó a ir sola a la escuela en colectivo porque mi horario laboral no me permite acompañarla. A través de la herramienta de ubicación de Whatsapp la sigo en tiempo real. En uno de sus primeros viajes vi que se pasó de la parada donde tenía que bajar y recién lo hizo siete cuadras después. Casi se me sale el corazón de lugar. Por suerte nos comunicamos enseguida y la guié hasta que llegó a casa», contó a Infobae su mamá, Marcela (44, de Almagro), quien reconoce que el celular es clave en esta transición.
Dejar que los chicos viajen solos al colegio, salgan a almorzar con los compañeros de clase o hagan algún mandado cerca de sus casas nunca fueron decisiones fáciles para los adultos. El mismísimo padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, escribió a principios del siglo XX en su ensayo La metamorfosis de la pubertad que uno de los procesos más difíciles del ser humano es resolver el complejo de Edipo y soltar la mano de los padres. Hoy hay que lidiar, además, con el temor a la inseguridad.
Equilibrio entre cuidados e independencia
¿Cómo preparar a los chicos para que empiecen a viajar solos? ¿Qué beneficios tiene en su desarrollo individual? ¿Cómo lograr el equilibrio entre los cuidados que hay que tener en la calle sin generar miedos, fomentar la independencia, la confianza y los vínculos con sus pares?
Para abordar estos interrogantes, Infobae dialogó con cuatro especialistas que tienen una vasta experiencia en la problemática adolescente. Ellas son Adriana Narváez, psicóloga especializada en adolescencia y presidenta de la Sociedad Argentina de Salud Integral Adolescente (SASIA); Ivana Raschkovan, psicóloga clínica, investigadora y docente de la Cátedra de Clínica de Niños y Adolescentes de la Universidad de Buenos Aires (UBA); Felisa Lambersky de Widder, médica pediatra y psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), y Claudia Amburgo de Rabinovich, psicoanalista de APA y supervisora clínica en diferentes hospitales de la Ciudad de Buenos Aires.
«De a poco los padres se van volviendo gradualmente más prescindibles», rompió el hielo Raschkovan y explicó que se trata de un proceso de crecimiento que tiene marchas y contramarchas. «No es algo que se da de una vez y para siempre, no es un punto de partida, sino un punto de llegada. Implica el recorrido por diferentes experiencias que hasta ese momento se daban en presencia de los adultos cuidadores y que llevan al chico por el camino hacia la independencia relativa».
En esa línea, Amburgo de Rabinovich destacó que esta evolución se inicia en la infancia y tiene un desarrollo continuo: «Empieza cuando el niño comienza a vestirse solo, a poner la mesa, a prepararse el uniforme o armar la mochila de la escuela. Si desde pequeños pueden realizar pequeños actos de autonomía, a los 13 años ya estarán más preparados para cruzar una calle o viajar en colectivo», afirmó.
Mucha escucha, mucho amor
Diálogo y afecto son los elementos fundamentales y necesarios para llevar adelante esta etapa en las familias. Así lo señaló Narváez: «Los padres no pueden controlar el mundo en el que viven los chicos, pero sí pueden aminorar los riesgos. ¿Cómo? Con un criterio unificado, tienen que transferir sus conocimientos a sus hijos, enseñarles cómo se puede resolver tal situación, pero es muy importante que no pongan el acento en que el chico no sabe hacerlo y así inhabilitar su capacidad».
«Tampoco se trata de ser autoritario ni de dejar hacer todo, ninguno de los dos extremos. Se trata de aplicar normas razonables y flexibles: monitorear las actividades diarias del chico sin ser excesivamente controladores, es decir, controlar, pero sin acorralar; ponerles límites y explicar qué consecuencias tienen sus conductas; respetar su individualidad en cuanto a la vestimenta o el color del pelo, por ejemplo, pero sobre todo brindarles mucha escucha y mucho amor».
«Los espacios de diálogo tienen que comenzar en los primeros años de la infancia, no a los 11 o 13 años. Desde chiquitos es muy importante responderles todas las preguntas que hagan por más complejas que sean, porque eso genera que tengan confianza en los padres. Si los adolescentes han desarrollado con la familia un vínculo confiable en base al afecto y la puesta de límites en un marco de autoridad, los padres podrán confiar en que les dieron a sus hijos la orientación adecuada para que puedan cuidarse por sus propios medios», apuntó Lambersky de Widder.
Raschkovan amplió el sentido de la preparación desde edades muy tempranas. «La forma más simple del aprendizaje es la imitación. A medida que los niños van creciendo, van sumando día a día experiencias compartidas en la calle con sus padres: la transmisión de las normas, las costumbres y también los peligros. Es fundamental explicar cuáles son los riesgos y cuáles las medidas de seguridad para evitar los que son prevenibles y qué hacer ante una situación de inseguridad, que tanto le puede ocurrir a un chico como a un adulto».
Los temores no deben ser un obstáculo
¿Cómo pueden manejar los padres los temores propios y la inseguridad del entorno? «Por un lado, -subrayó Raschkovan- es necesario reconocer esos temores, entender que son inevitables y aceptarlos. Lo importante es que no se vuelvan un obstáculo en el proceso de crecimiento de los chicos que necesitan comenzar a vivir sus propias experiencias en ausencia de sus padres».
Para llevar a la práctica estas recomendaciones, Amburgo de Rabinovich describió: «En muchos casos los padres se organizan en ‘pool’ para llevar y traer a los chicos de sus actividades, las matinés y las reuniones ‘previas’ con sus amigos, pero no le dedican tiempo a enseñarles cómo tomar el colectivo o el subte, cómo cruzar la calle. Es una adaptación, salvando las diferencias, como cuando transitaron sus primeros días en el jardín de infantes: tienen que recorrer con ellos la zona, hacer juntos el viaje al menos una vez, indicarles que no usen el celular en la calle, que lleven la mochila siempre adelante y que si los asaltan entreguen todo porque la vida es lo más importante».
«Si los chicos son acompañados, van a aprender rápidamente porque si bien tienen temores -ellos no están ajenos a las noticias- también tienen muchos deseos de liberarse», reflexionó Lambersky de Widder. Y en ese sentido, aconsejó «darles permisos graduales a partir de los 9 o 10 años, como pequeñas compras en el kiosco o la panadería de la vuelta de casa».
«A veces -agregó Amburgo de Rabinovich- aparecen miedos no elaborados de los padres, con respecto a su propio desarrollo, que potencian los miedos reales. Suele darse en el caso de padres más retentivos, a quienes les cuesta asumir el crecimiento de sus hijos y tienen un discurso contradictorio a la hora de ayudar en los primeros pasos hacia la autonomía. El resultado es preocupante: chicos con más inseguridades al momento de relacionarse con sus pares porque no confían en ellos mismos ni en sus compañeros, y que eligen quedarse encerrados en sus cuartos, conectados a sus redes sociales, argumentando diferentes razones para no salir».
Otros tiempos, la misma necesidad de crecer
Si bien es cierto que los tiempos y vida en las ciudades cambiaron, lo que sigue vigente es la necesidad de los jóvenes de crecer y convertirse gradualmente en personas cada vez más independientes. «Las condiciones actuales no pueden alterar este proceso», aseguró Raschkovan.
«En la crianza, muchas veces se vuelve inevitable para los padres comparar con la educación que ellos recibieron cuando tenían la edad de sus hijos. Pero a la vez, los tiempos se van transformando y los peligros también. Hoy es tan importante conversar con los jóvenes acerca de los peligros y las medidas de seguridad en la calle como de la inseguridad en las redes sociales, algo que resulta mucho más difícil de advertir por los padres de los adolescentes de esta generación porque ellos no transitaron por el universo virtual durante su juventud».
«Como todo en la crianza, no siempre antes es mejor. Los padres tienen que confiar en sus hijos y darles tiempo -no todos maduran al mismo tiempo- para que puedan ensayar su autonomía las veces que sea necesario antes de emprender esta nueva etapa», resumió Raschkovan.