Hace 100 años los argentinos tuvieron que cambiar varias costumbres para no contagiarse la gripe española.
Sigamos el ejemplo de nuestros antepasados y hagamos lo mismo. Pese a todos los adelantos de la tecnología y la medicina hoy la única vacuna es seguir los consejos de prevención.
Tomemos todas las precauciones posibles para evitar que se propague la enfermedad.
Si nos cuidamos entre todos, salimos adelante
La pandemia de “gripe española”, el peor brote de influenza de la historia
Entre 1918 y 1919 se extendió a gran velocidad por todo el mundo: en sólo 18 meses infectó a un tercio de la población mundial y se cobró la vida de 50 millones de personas, cinco veces más fallecidos que en la Primera Guerra Mundial. La secuencia genética de la cepa del virus que la causó se determinó en 2005.
Hace 102 años ocurrió una de las crisis más graves de salud pública de la historia moderna: la pandemia gripal de 1918, llamada coloquialmente “gripe española”. Fue la primera pandemia causada por el virus A, del subtipo H1N1, y se convirtió en la tercera más letal del siglo XX, ya que concentró una elevada mortalidad en un período corto de tiempo.
La “gripe española” infectó a 500 millones de personas en todo el mundo, alrededor del 27% de la población mundial de entonces, con un saldo de muertos que se elevó a 50 millones. Por la cantidad de víctimas, fue superada por las pandemias de la peste negra -entre 1347 y 1351 provocó 200 millones de muertes-, y la viruela, que en 1520 causó la muerte de 56 millones de personas.
Por qué se llamó “gripe española”
Antes de que esta gripe llegara a España, ya había causado anteriormente muchas muertes en Estados Unidos y en Francia. Es que los medios de comunicación de los países que participaron en la guerra estaban bajo censura militar y ocultaron la pandemia. Y como España, país neutral durante la contienda, informaba en la prensa acerca de los nuevos casos, donde era conocida popularmente como “El soldado de Nápoles” por una canción muy pegadiza que se cantaba en una zarzuela de moda, daba la sensación de que era el único país afectado. Por eso, la enfermedad se conoció en el mundo como la “gripe española”.
Muchos estudios indican que todo comenzó en Estados Unidos y se propagó a Francia con la llegada de las tropas estadounidenses. El 4 de marzo de 1918, un soldado de un centro de instrucción se presentó en la enfermería de Fort Riley, en Kansas, aquejado de fiebre. En cuestión de horas, cientos de reclutas cayeron enfermos con síntomas similares y, a lo largo de las semanas siguientes, se enfermaron muchos más. En abril, el contingente estadounidense desembarcó en Europa portando el virus. En el caso de España, como no participaba en la guerra, se cree que el virus llegó a través de los trabajadores temporales provenientes de Francia. Se desataba así la primera oleada de la epidemia.
Las abarrotadas trincheras y campamentos de la guerra se convirtieron en el hábitat ideal para la epidemia. La infección se desplazó con los soldados. Las trece semanas que van de septiembre a diciembre de 1918 constituyeron el período más intenso, con el mayor número de víctimas mortales, en lo que se conoce como la segunda oleada: golpeó primero en las instalaciones militares y se extendió después a la población civil.
Síntomas, víctimas y mortalidad
A diferencia de otras epidemias de gripe, que básicamente afectaban a niños y ancianos, muchas de las víctimas fueron jóvenes y adultos sanos de entre 20 y 40 años, y también animales, fundamentalmente perros y gatos.
Los síntomas eran fiebre elevada, dolor de oídos, cansancio corporal, diarreas y vómitos ocasionales, y también a veces dificultades para respirar y hemorragias nasales. El drama de la guerra también sirvió para ocultar la elevadísima cantidad de muertes que, en los primeros meses, solían achacarse a neumonías bacterianas para las que no había antibióticos disponibles.
Las personas y poblaciones más pobres sufrieron de forma especial las consecuencias de esta gripe. Pero ni la realeza, gobernantes y celebridades de la época fueron inmunes a esta pandemia. Entre los líderes mundiales que la padecieron estuvieron Guillermo II de Alemania, el primer ministro británico Lloyd George y el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson. Edvard Munch, el artista noruego que pintó el “Grito”, realizó un autorretrato de cómo superó la enfermedad y otros, como el austríaco Gustav Klimt, no sobrevivieron.
La pandemia no dejó intacta prácticamente ninguna región del mundo: sólo en la India las víctimas mortales alcanzaron entre 12 y 17 millones. En Gran Bretaña, murieron cerca de 250.000 personas, en Estados Unidos 675.000, en España 300.000 y en Argentina 36.000. La mayoría de los estudios realizados dan cuenta de una tasa global de mortalidad de entre el 10 y el 20 por ciento de los infectados.
Las medidas de salud pública
El uso de máscaras de tela se convirtió en obligatorio para todas las personas que desempeñaban trabajos de atención pública. Esta recomendación sanitaria se extendió al resto de la población para evitar que la enfermedad se propagara con tanta facilidad. Los gobiernos tomaron medidas preventivas para intentar parar la crisis: se cerraron teatros, circos, talleres, fábricas y locales públicos; se suspendieron eventos; se prohibió la importación de mercancías desde Marruecos; se identificaron a los extranjeros que ingresaban en las poblaciones y se prorrogaron clases, matrículas y exámenes.
Los periódicos de la época publicaban anuncios con remedios milagrosos: elixires, aguas medicinales, tónicos y otros. Se recomendaba tomar analgésicos en dosis que ahora se considerarían contraproducentes e incluso se sugería que la gente fumara porque se pensaba que la inhalación del humo mataba a los gérmenes.
La tercera y última oleada fue más benigna. En la primavera de 1919 la pandemia comenzó a mermar y la enfermedad terminó por sí sola. En el verano de 1920 el virus había desaparecido: le ganó la batalla a los más débiles; el resto quedó inmunizado.
La reconstrucción del virus
Diferentes publicaciones médicas de la época intentaron dar respuesta a las causas de la pandemia. Pero la reconstrucción del virus demandó muchos años. La recuperación de tejido pulmonar de una víctima enterrada en el suelo helado de Alaska, junto con algunas muestras preservadas de soldados estadounidenses, permitió en el año 2005 secuenciar el genoma e incluso reconstruir el virus bajo fuertes medidas de seguridad en el Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC).
Los experimentos con el virus recreado confirmaron su virulencia:en los ratones infectados se reproducía 39.000 veces más que una gripe normal. Los estudios con monos revelaron además que tendía a disparar lo que se conoce como tormenta de citoquinas, una complicación que aparece a causa de una respuesta inmunitaria exagerada y que podría explicar la mortandad en personas jóvenes, con un sistema inmune más robusto.