Juani Dominguez – UCR SALADILLO
La idea de “trabajo” nos permite entender porque una comunidad vibra social, económica y culturalmente. El dinamismo e intensidad de las diferentes fuerzas de trabajo hacen de una ciudad el factor dominante para crecer sostenidamente y construir sentido de prosperidad.
En lo particular, el trabajo condensa aspectos esenciales de la condición humana, en el trabajo aprendemos, colaboramos, creamos y competimos. En el trabajo debemos disciplinarnos, en el trabajo desplegamos muchas de nuestras capacidades, talentos y virtudes, pero sobre todo se nos hacen evidentes nuestras múltiples limitaciones. El trabajo en definitiva se vuelve trascendente cuando entendemos que destinamos en él lo más sagrado de una persona; “Su tiempo de vida”.
Es sobre esta idea que tengo el honor de haber entendido de niño porque acompañaba a mi abuela a cobrar una jubilación. Tengo también el orgullo de haber visto a mi vieja siempre a las corridas, producto de tener dos trabajos en simultaneas durante más de 25 años. Y es gracias a esto que, a mis 34 años, cuento con la satisfacción de haber podido tener acceso al trabajo formal de joven, 10 años en el sector privado y 4 años en la administración pública.
Hoy, lamentablemente en la Argentina, tener un trabajo en blanco se aleja de ser un derecho y avanza hacia la noción de ser un privilegio. Esto va acompañado de un marco inflacionario que golpe los bolsillos y convierte en algo incuantificable el ingreso digno para una familia Argentina.
En este contexto, aportar una reflexión sobre los valores de esa idea de trabajo, acorralados en la crisis económica de nuestro país nos exige un especial compromiso comunitario por contribuir a recrear una sociedad con exceso al trabajo digno para todos.
Debemos adaptarnos a un mundo laboral, global, digitalizado, multirelacional que avanza y que sus demandas son cambiantes. Debemos entender que la empleabilidad actual exige y requiere de nuevas capacidades, habilidades, conocimientos, tecnologías y modalidades de trabajo.
Sin un boom de “formación laboral” no habrá acceso posible al trabajo formal.
Pero así como los futuros empleados deberán tener esta predisposición a la formación profesional y laboral, el Estado y los empleadores deberán llegar a un acuerdo de recomposición de confianza. Definiendo reglas claras y flexibles para los empleadores y herramientas o incentivos para reactivar la inversión y recuperar competitividad en la generación de valor.
En síntesis, el empleo genuino a futuro va a depender de ese nuevo “saber hacer” del empleado, de esas nuevas reglas de juego que promueva el estado para los empleadores y de esos incentivos y herramientas que despierten una mayor inversión para la producción y el crecimiento.
No hay salidas fáciles, mágicas ni rápidas. Pero puede ser un primer paso encontrarle sentido a labor cotidiana.
Esto puede que nos de fuerza para hacerlo cada día mejor.
Y quedará como tarea encontrar un equilibrio entre los derechos y obligaciones que tenemos en nuestro trabajo, esta convivencia bien balanceada puede ayudarnos a redescubrir y resignificar nuestra idea de lo hacemos como rutina. Dependerá de cada uno de nosotros que el trabajo sea solo una porción de tiempo gastado o se construya en la dignidad que trascienda como ejemplo y orgullo para nuestras hijas e hijos.